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LA IMAGEN DE CRISTO EN SAN ANTONIO DE PADUA 541 ralidad de modos de vivir, proclamar y reflexionar sobre el Misterio de Cristo. Mencionamos alguna de las más relevantes, de mayor pro­ ximidad a la espiritualidad y predicación cristocéntrica del santo de Padua. Advirtiendo, de una vez por todas, que estas varias formas de vivir, entender y predicar el Misterio de Cristo no son excluyen- tes, no circulan por la historia en espléndido aislamiento: son co- existentes, contemporáneas unas de otras, aunque cada grupo de creyentes pueda tener opción preferencial por una u otra. Al iniciarse la llamada «era constantiniana», como consecuencia del triunfo del cristianismo sobre el paganismo en toda la línea de actividades humanas, la imagen de Cristo prevalente en la cristian­ dad era la del «Christus Victor»: Cristo vencedor de todos los poderes del mal, de los poderes diabólicos que subyugaban al mundo paga­ no y su historia. Esta victoria de Cristo, aunque se presentaba como lograda a nivel de la vida religiosa «espiritual», pero tenía inconfundi­ bles conexiones y repercusiones «políticas». Cristo, y precisamente desde su Cruz, era el Vencedor del imperio romano pagano que le había puesto en el madero. Los primeros cristianos, en buena parte al menos, veían encarnados en el imperio a las fuerzas demoníacas que dominan al mundo y luchan contra el Mesías. El libro del Apo­ calipsis veía a Roma como la gran Ramera, la Babilonia cargada de maldades y seducciones. La Cruz en que murió el Cristo —y que se prolonga en los mártires— de símbolo de ignominia se torna en fuer­ za y sabiduría de Dios para salvación del mundo; en emblema lába­ ro de victoria, incluso a nivel «político», como pensaban los teólogos cortesanos que asesoraban a los primeros Césares cristianizados. Cris­ to, y precisamente en la Cruz, se transforma en el Imperator mundi. La frase litúrgica Regnavit a ligno Deus: Dios reina desde la Cruz (recordando el título de la misma) la leían y proclamaban en forma muy concreta y vivaz, sin separar cuerpo de alma, religión de políti­ ca, lo terrenal de lo espiritual. Esta centralidad del Crucificado, este «estaurocentrismo», como a veces se denomina, tenía él mismo plura­ lidad de formulaciones, como veremos pronto 6. 6 Apenas será necesario indicar que nos referimos exclusivamente a la Cris­ tiandad latina/occidental y en su época medieval. Para el cristianismo oriental habría que cambiar notablemente el discurso. También en referencia a la Iglesia occidental posterior y de nuestros días.

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