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570 ALEJANDRO VILLALMONTE del Doctor Sutil sobre esta verdad objeto de fe, esperanza, amor y adoración de los fieles. Si se intenta acercar la enseñanza antoniana sobre el Misterio de Cristo a doctrina tan «escotista» sobre el p r im a d o absoluto de Cristo, hay que tomar alguna severa cautela crítico-metodológica. Ya antes indicábamos que el punto de partida para la refinada especulación del Doctor Sutil sobre el tema del primado de Cristo tiene un punto de apoyo obvio, sencillo, en modo alguno reserva­ do para «intelectuales»: la experiencia-vivencia de Cristo como Sum­ mum Opus Dei , Summum Bonum in entibus. O bien, en palabras que suenan mucho en la historia de la teología, adaptamos al tema la frase conocida de Anselmo dicha sobre Dios y decimos que todo creyente siente, piensa de Cristo como el id m aiu s qu o cog itari nequit, lo máximo pensable dentro del universo de los seres crea­ dos. Ni ésta ni las citadas fórmulas escotianas se encuentran en los Sermones de Antonio. Pero lo nuclear y sustantivo que las fórmulas estas quieren expresar, sí que era vivido, y se transparenta en la predicación del Doctor Evangélico. Nada extraño si pensamos que esa vivencia e idea grandiosa de la Santa Humanidad era herencia de los cristianos de la Edad Media quienes, a su vez, la habían reci­ bido de los escritos del Nuevo Testamento, considerados en su glo- balidad, de la Tradición expresada en oración y en la predicación. Lo original de Duns Escoto, como hemos indicado, hay que bus­ carlo en su labor de razonamiento que sobre ese gran dato de Jesús, como «Obra cumbre de Dios = Summum Opus Dei-, realiza. En sustancia, se razona: el Summum Opus Dei no puede menos de tener la primacía ontologica (de su peculiar causalidad eficiente, final, ejemplar) en el proyecto divino que prepara la a ctu a l historia y economía de la gracia; con todas las múltiples, decisivas conse­ cuencias que tal afirmación tiene para toda la cristologia del Doc­ tor Sutil; con otras implicaciones observables en todo su sistema teológico. Pues bien, ni en el inicio, ni en el transcurso, ni en el final de este proceso argumentativo «escotiano» podemos encontrar a Anto­ nio, incluso aunque tengamos en cuenta su categoría de d o c to r de la Iglesia. Por lo demás, la originalidad de la argumentación esco- tiana en este problema es rigurosa no sólo respecto al doctor Anto­ nio de Padua, sino respecto a otros doctores precedentes.

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