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LA IMAGEN DE CRISTO EN SAN ANTONIO DE PADUA 557 m adre a su hijo, la leche d e su sangre. Nos llevó en sus brazos exten­ d idos en la Cruz» 36. Particular atención merecen los textos en los que el costado de Cristo, la llaga del costado es presentada como lugar de encuentro del alma con Cristo. Por eso, incluso después de resucitado, quiere conservar la llaga del costado... para que la Igle­ sia, el alma fiel como paloma mística, pueda hacer su nido en el agu­ jero de esas llagas como en la cavidad de la roca, a fin de defender­ se del gavilán que la quiere arrebatar... El costado f u e abierto p o r la lan za p a r a qu e qu ed e abierto el cam in o del p a r a ís o 37. «El qu e entra p o r mí, es d ecir p o r mi costado abierto p o r la lanza, p o r m edio d e la fe, la esperanza y la compunción, se salvará como la p a lom a que se refug ia en la ro c a p a r a hu ir d el g av ilán » 38. En éstos y otros textos similares Antonio parece tener a la vista a las almas más ele­ vadas en el camino de la perfección: a los contemplativos. Pero en otras ocasiones, en forma general, la meditación de la Humanidad de Cristo la considera apropiada para todo cristiano; para los que dan los primeros pasos en el camino de la vida penitente, siguiendo un consejo de san Bernardo 39. Pero ya advierte que, como la Huma­ nidad está tan profundamente asumida por la Divinidad al hallarse con Cristo y éste Crucificado, se encuentra el alma creyente con el misterio de Dios, que es, por excelencia, el Dios Crucificado. Finalmente, el tema del desposorio místico del Hijo de Dios con el alma, tan frecuente en los espirituales medievales y hasta nuestros días, entra también en el pensamiento y predicación de Antonio. «El alm a, esposa d e Cristo Hijo d e Dios, h a c e un ramillete d e m irra d e todos los h ech o s d e la v ida d e su am a d o (en forma más viva los que acompañan a la Pasión)... la corona d e espinas, la cruz, los clavos, la lan za y otros instrumentos del martirio d e Cris­ to. Hacen la d elicia del hom bre justo»40. Al alma, su esposa, le dice 36 Dom. IIp. Pascua, 3; I, 250. 37 Dom. octava de Pascua, 8; I, 238. 38 Dom. IX p. Pentecostés, 11; II, 236. «El Padre celeste las alimenta (cf. Jn 10, 9), imprimiendo en ellas la pobreza y humildad de la encarnación, el dolor de la pasión y el gozo de su resurrección», ibid., n. 10. 39 Dom. de Pascua, 10; I, 218. También In Pasq. Dom., 10; I, 218. 40 Dom. XIIIp. Pentecostés, 10; II, 164. La esposa lleva en su corazón, como manojo de mirra, la memoria de Jesús humilde pobre y crucificado, para hacerse

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