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556 ALEJANDRO VILLALMONTE La mística d e la Cruz en Antonio d e Padu a Con anterioridad indicábamos el sentido en el que se habla aquí de la «mística» y, en concreto, de la «mística de Cruz». Quiere decirse que el cultivador de esta mística encuentra en la Cruz, mejor en el Crucificado, el lugar, el recinto último y recóndito de su expe riencia más vivida del misterio de la Divinidad. Por lo que se refiere a la esfera de la vida y experiencia, las Vidas nos informan de un Antonio inmerso en el misterio de Cristo pobre y crucificado. En los Sermones aparece, según acabamos de ver, en pregonero de la Cruz, «cuius erat baiu lus et minister: de la que es portaestandarte y servidor». Más adelante podremos pregun tarnos si desde este pregón o kerigma de la Cruz ejercido por Anto nio se abre paso hacia una auténtica «teología de la Cruz». Tenga mos en cuenta que esta trilogía: vivencia, predicación y teología de la Cruz, por su propia índole y dinamismo interno, marchan en acompasada, connatural simbiosis. Lo primordial y originario, al menos en el caso de Antonio, es la vivencia personal, la experien cia «mística» del misterio de Dios en la imagen de Jesús crucificado. De ahí brota, por connaturalidad y no como mero mandato venido de fuera, la «necesidad» de proclamar el evangelio de la Cruz. ¡Ay de mí si no predicare el Evangelio! El proceso puede terminarse en la aparición de una «teología de la Cruz». Ya se entienda ésta como himno y alabanza a Dios (como los primeros Padres griegos), ya sea como reflexión razonadora del creyente sobre el contenido más hondo y las formas más depuradas de comunicar el Mensaje de la Cruz a los no creyentes. Recogemos a continuación algunos indicadores valiosos de esa presencia de la mística de la Cruz en los escritos del Doctor Evan gélico. Para conocer cuán suave es el Señor, para llegar a la experien cia del Tabor, a la gloria celestial, «no h ay otro c am in o sino la hum ildad y la pobreza, la p a sión d e Cristo»55. «Con su sangre, cu al si fu e r a leche, nos alimenta. En el costado y d ebajo del costado f u e traspasado p o r nosotros en el monte Calvario, p a r a darnos, com o 35 Dom. II de Cuaresma, 5; I, 90.
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