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554 ALEJANDRO VILLALMONTE la centralidad de Cruz del Crucificado en los escritos de Antonio, recogiendo testimonios sobre la vertiente «existencial» del aconteci­ miento de la Cruz; es decir la presentación de la Cruz como fuerza de Dios para transformar la existencia humana a semejanza de la existencia de Cristo pobre y crucificado. El mandamiento supremo de la ley cristiana: amar a Dios sobre todas las cosas, con todo corazón, recibe el más fuerte impulso para ser cumplido «si el hombre sitúa su corazón entre la doble memoria de la encarnación y de la pasión del Señor ; de modo que cuanto piense y cuanto de recto baga lo refiera todo a la pobreza y humil­ dad de la encarnación y a la amargura de la pasión» 30. La vida de penitencia y conversión que Antonio predica con tanta insistencia, si ha de ser tan radical como él lo exige, conlleva la crucifixión de todo nuestro cuerpo con las llagas del cuerpo de Cristo31: Recoge en este contexto una ingenua leyenda tomada del naturalista Solino. Hay en la India una tribu que para vivir sólo necesita respirar el aroma de las manzanas. Así la memoria de la encamación y pasión de Cristo debe ser el perfume que dé vida al alma, para que el hombre llegue a estar crucificado con Cristo, como dice el Apóstol32. En varios textos recoge Antonio de Padua el simbolismo y contenido teológico/espiritual de la TAU, que había logrado atraer 30 Domingo XIII p. Pentecostés, 10, II; 163-164. En su peculiar modo de bus­ car comparaciones visibles y tangibles, recuerda que el corazón en el cuerpo huma­ no está colocado entre dos mamilas, en el centro del pecho, e indica cómo debes amar a Dios. «Porque las dos mamilas recuerdan la doble memoria de la encarna­ ción y de la pasión, de las cuales se alimenta el alma como si fuesen ubres... Entre estas ubres debes situar tu corazón, para que cuanto pienses...», ibid., p. 164. Como la esposa de los Cantares , el cristiano debe llevar entre sus pechos a Jesús, como ramillete de mirra, humilde y crucificado «hasta estar con Él clavado en la Cruz», Dom. I p. Nativitatem, 7; II, 531. 31 «Crucifiquemos nuestro cuerpo con las cinco llagas del cuerpo de Cristo», Dom. VI p. Pentecostés, 13; I, 527-528. 32 Buscando Antonio un audaz sentido espiritual a la leyenda, dice que «el olor de manzanas es la vida del alma. Las manzanas son la encarnación y la pasión de Jesucristo (por ello) fuimos despojados de la vieja vestidura pues, como dice el Após­ tol, nuestro hombre viejo ha sido crucificado con ÉL Quien quiera vivir, que viva del aroma de estas manzanas, y para no desfallecer en su peregrinación, que lleve consi­ go estas manzanas y que alimente con su olor», Dom. XXI p. Pentecostés, 14; II, 369- 370.

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