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LA IMAGEN DE CRISTO EN SAN ANTONIO DE PADUA 549 senda para pensar en la centralidad de la Cruz en la vida apostólica del Doctor Evangélico. Siguiendo a Pablo, también Antonio podía poner como lema de su apostolado de la palabra: P red icam o s a Cristo y a éste c ru c ific a d o (ICor 1, 23; 2, 2). Recogemos algunos testimonios de los Sermones de Antonio conservados en la edición crítica de sus obras, con las cautelas metodológicas que son usuales en los estudiosos de las enseñanzas de Antonio. Sus Sermones no reproducen las palabras que el predicador Antonio dirigía a su numeroso y variado auditorio. Por otra parte, los temas de los Ser­ m ones no eran de elección personal de Antonio, venían dados por las celebraciones y fiestas litúrgicas en las que iban a ser pronuncia­ dos, así como los textos bíblicos tradicionales designados de tiempo atrás. A pesar de estos condicionamientos y hasta limitaciones cir­ cunstanciales, la imagen de Cristo pobre y crucificado logra en los escritos de Antonio la relevancia que vamos a describir. 1. Recordemos que todo personaje histórico, y los «grandes» tal vez más que la gente ordinaria, sin perjuicio de su originalidad y novedad, aparecen radicalmente enraizados en una tradición y en la época en la que les tocó vivir. La imagen de Cristo que Antonio pro­ pone no es una excepción. Parece que hay que aceptar como acertada —en su formula­ ción global y contando con matizaciones y casos concretos— que el oriente cristiano en su espiritualidad, en su liturgia, en su reflexión teológica mantiene su preferencia por la figura de Cristo como Kyrios/Señor glorioso, triunfante, plenamente inmortalizado, resuci­ tado llenando de esplendor a la creación entera. Visión que se dis­ tingue y, en casos, contrasta como la figura de Christus Humilis que inicia su presencia con san Agustín y que, en forma ascendente, impregna el cristocentrismo de la piedad occidental y latina. Los «sabios» representantes de la cultura helenística, nominalmen­ te los filósofos neoplatónicos, no podían aceptar que el Logos hubie­ se asumido la condición humana y que el «cuerpo-materia-carne» fuese instrumento de salvación. Tal mediación resultaba degradante, escasamente justificable, humillación para el noble, inmortal espíritu humano de alcurnia divina. También los maniqueos, pertinaces, uni­ versales opositores de Agustín eran cualificados despreciadores de todo lo corporal/material. Pero Agustín cultivó como una auténtica «conversión» operada por la gracia haber descubierto que el

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