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LA IMAGEN DE CRISTO EN SAN ANTONIO DE PADUA 547 Este deseo del martirio que le impulsó a unirse a los Frailes Menores estaba sustentado por otro deseo más profundo, cual era el de configurarse con Cristo crucificado en forma real y visible por medio del martirio y no tan sólo a nivel místico-simbólico. Pensó que la vida entre los pobres Hermanos Menores, que él ya conocía, le abría el mejor camino hacia el martirio y hacia la reproducción de la Cruz en su vida. Su deseo más radical era « predicar púb lica­ mente a Cristo crucificado, quien por nosotros se ofreció en el ara de cruz, ofreciéndose a sí propio como víctima por la fe» 14. El texto cobra peculiar significado si tenemos en cuenta que los sarracenos, aunque respetan a Jesús como profeta, son hostiles a su muerte en la cruz. Máxime cuando en aquella época la cruz, refulgente sobre el pecho de los cruzados, era exhibida como arma de guerra contra el el islam, el máximo enemigo de la Cruz, pensaban los cris­ tianos. Pero la Providencia tenía otros planes sobre Antonio, y en lugar de dejarle llegar a sufrir el martirio sangriento, al martirio físico, le ofreció otro modo de imitar la Cruz de Cristo: la vida en la fraterni­ dad de los Hermanos Menores: «ya que por su penitencia volunta­ ria se había clavado en la cru z de Cristo, viviendo para Cristo y muriendo para el mundo, vivía un umartirio continuado "*15. En esta línea de la Cruz como fo rm a vitae de Antonio recoge­ mos unos detalles que, si bien son usuales en la vida de los cristia­ nos, las biografías primeras se complacen en darles relieve y énfa­ sis. Curaba los enfermos haciendo la señal de la Cruz l6. Cuando, en una ocasión, el diablo pretendía ahogarle, lo ahuyenta haciendo la señal de la Cruz 17. La devoción popular ha perpetuado este informe de la Vida en la conocida medalla que, en forma de cruz, contiene la llamada «bendición de san Antonio»: «Huid, enemigos, que ha ven­ cido el león de la tribu de Judá, de la raíz de David». 14 «Rigaldina», 5, 12; p. 534; cf. 5, 14. 15 «Rigaldina», 5, 16; p. 536. Allí mismo aduce V. G am boso algunos testimo­ nios de la tradición sobre la vida religiosa como martirio incruento, silencioso, /. c., nota 10. 16 * Rigaldina», 8, 26; p. 570; «Dialogas», 12, 11; - Benignitas», 17, 40. 17 «Dialogus», 5, 16-20; pp. 124 s.; - Assidua», 12, 1-4; pp. 334-336. La narración puede ser un «tópico» de la hagiografía medieval.

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