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126 FERNANDO E. GÓMEZ MARTÍN (...) Mas el ánimo pastoril, como tienen los pastores los áni mos sencillos y no contaminados con vicios, espuro y ordenado a buen fin, y como gozan del sosiego y libertad de negocios que les ofrece la vida sola del campo no habiendo con él cosa que los divierta, es muy vivo y agudo. Y ayúdales a ello también la vista desembarazada que de continuo gozan, del cielo y de la tierra y de los demás elementos, que es ella en sí una imagen clara o, por mejor decir, una como escuela de amor puro y verdadero. Porque los demuestra a todos amistados entre sí y puestos en orden y abra zados, como si dijésemos, unos con otros, y concertados con armo nía grandísima, y respondiéndose a veces y comunicándose sus virtudes y pasándose unos en otros y ayunándose y mezclándose todos y con su mezcla y ayuntamiento sacando de continuo a luz y produciendo losfrutos que hermosean el aire y la tierra. Es en la ciudad, herencia de la obra del fraticida (Caín), donde el agustino, al respirar ajenos alientos, concupiscencias, odios y ren cores, ansia los elementos puros y los campos de flo r eterna vestidos y los mineros de las aguas vivas y los montes verdaderamente pre ñados de mil bienes altísimos y los sombríos y los repuestos valles, y los bosques de la frescura, adonde exentos de toda injuria, glorio samente florecen la haya y la oliva y el lináloe con todos los árbo les del incienso en que reposan ejércitos de aves en gloria y en música dulcísima que jamás ensordece. Allí, donde muerte Cristo — según señala Unamuno— , en la ciudad, es donde anhela la vida en medio de la paz del campo para reponerse así de todas sus fatigas y recobrar la doble salud del cuer po y del alma, que, sumida en las disputas del mundo, toma a cobrar el tino y memoria perdida de su origen primera esclarecida. La Flecha se le ofrece, entonces, como el lugar idóneo para lle var a cabo dichosamente los sosegados diálogos con sus hermanos, las meditaciones hondas del alma y, también, los cantos elevados al cielo con la regalada música y la dulcísima armonía de la naturaleza. Una íntima calma parece desprenderse de la campiña que en la Flecha rodea al Tormes a la par que desde el cielo purísi-
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