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LA DEVOCIÓN CONFRATERNAL DE LA VERACRUZ 97 una de tres versos; las antífonas para las vísperas y los laudes, enca­ denadas a partir de la primera, Crucis vox hu n c ad lo qu itu r ; de manera que forman una serie rítmica de cinco estrofas; la oración Deus qu i m ira crucis misteria; el himno de los nocturnos, Crucis a rm a fu lg en tia , de siete estrofas también; el octavo y último res­ ponso, que es el único propio, Michi absit gloriari, o sea, el recla­ mo paulino al misterioso milagro, y la antífona final para las segun­ das vísperas, Crucis apparet hostia, ella misma un pequeño himno yámbico de dos estrofas. Y lo que nos interesa de todo ello es que la fiesta franciscana en cuestión, y decimos franciscana no solamente por la familia reli­ giosa, sino hagiográficamente por su fundador, es una fiesta de la cruz, una glorificación de la misma en la persona del siervo de Dios, cual se ve por los breviarios de los siglos xiv y xv dentro de sus pequeñas variantes, en la oración sobre todo, Deus qu i m ira crucis m isteria in b ea to F ran cisco con fessore tuo multiform iter dem ons- trasti. Y aquí podríamos ya traer a colación el tan fecundo tema del Viacrucis, pues ya el dominico Ricoldo de Monte Crucis, muerto en 1309, nos cuenta de su peregrinación a los Santos Lugares, que ascenden tes au tem p e r viam p e r qu am ascend it Christus baju lan s sibi crucem invenimus lo cum 27, camino que, por cierto, se empe­ zaba recorriendo al revés de como el Salvador lo había hecho, y también el franciscano Oderico de Pordenone, fallecido en 1331 28. Pero hemos de volver atrás hacia los orígenes de todo ello. Y precisamente el Viacrucis surgió y se expandió en su encar­ nación definitiva a lo ancho de la cristiandad, en el marco de esas «peregrinaciones espirituales», que se hacían a la Tierra Santa desde la de cada uno, pues su devoción originaria era el temprano recorri­ do, como acabamos de ver, de la Vía Dolorosa, en continuidad con los peregrinos de carne y hueso hoy en día mismo. Una de tantas manifestaciones de la piedad cristiana que conjugan la materialidad de sus objetos y formas con la motivación espiritual perenne de 27 Liberperegrinationis { 2.a e<±, Leipzig 1873; al cuidado de J. C. M. Laurent) 112). 28 Liber de Terra Sancta, pp. 149-52, del volumen citado en la nota anterior.

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