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LA DEVOCIÓN CONFRATERNA! DE LA VERACRUZ 105 idea reparadora que, surgida con pujanza en el seno también de la piedad barroca, conoció un predicamento intenso y acaso teñido de alguna nueva nota diferenciadora en el pontificado de Pío XI. Y ello nos lleva otra vez a los ambientes monásticos del seiscientos francés. La priora de las fulienses de Toulouse 50, Antoinette d’Orléans-Lon- gueville, viuda del marqués de Belle-Isle, Charles de Gondi, y llama­ da en religión Antonia de Santa Escolástica, se pasó a la comunidad de Fontevrault obedeciendo una orden inmediata del papa Paulo V y previo dictamen de los doctores de la Sorbona de su obligación de acatarla, pero tampoco en el llamado Grand Móutier acabó de encon­ trarse a sí misma ni encontró un ambiente favorable para la puesta en práctica de sus intenciones, y se fue al de Lenclótre, donde al cabo de seis años, en 1617, llegó a juntar un centenar de novicias, si bien también hubo de dejarle, aunque llevándose consigo veinticua­ tro profesas jóvenes, y así dejar fundado en Poitiers, pocos meses antes de morir, el que a la larga sería el primer monasterio de las benedictinas de Nuestra Señora del Calvario, todo ello al impulso de José de París, el célebre e influyente capuchino que, en 1620, consi­ guió la venia de Gregorio XV a la nueva congregación. Uno de sus escritos para las religiosas, el Ejercicio del calvario, regulaba para los viernes un cuarto de hora de oración en común, por el bien de la cristiandad y particularmente por la liberación de los santos luga­ res y «la destrucción de la secta de Mahoma», siendo entonces leída en el refectorio la pasión según uno de los cuatro evangelistas por una monja que se mantenía de pie, mientras otra estaba de rodillas y con una cuerda al cuello. Todas las casas tenían la titularidad de Nuestra Señora del Calvario, menos las dos de París, que eran la de la Compasión de la Virgen y de la Crucifixión. El sentimiento inspirador consistía en una participación en la pasión de Cristo, que trataba de asemejarse a la de la Virgen al pie de la cruz. La madre Catherine de Bar dijo de ellas que no había que buscarlas en el Thabor. Recordemos al padre Chardon otra vez. Se estaba ya, pues, en la órbita de la reparación, pero sin lle­ garse a esa cierta inversión a que al principio aludíamos que hacía 50 Noticias de Th. Cuvrays, Dictionnaire d ’histoire et géographie ecclésiasti­ ques, 3 (1924) 826-9, y dom. Y. Chaussy, Catholicisme, 1 (1948) 674-5.

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