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82 ENRIQUE RIVERA J. Salas subraya que quizá sea ésta la obra en la que el esfuerzo de Zubiri por analizar y exponer reflexiones ajenas haya sido mayor. Esto hace que nuestra deuda para con Zubiri haya crecido. Y que de ella esté surgiendo un ulterior estímulo para trasmitir al próximo milenio estos altos e inquie­ tantes problemas. Todo ello ha motivado que, al finalizar este mi estudio, haya tomado más clara conciencia de que mi exposición corría en parte paralela a la larga y meditada de la obra de Zubiri. Ineludible me fue volver a leerla con máxima detención. Para asimilar más y mejor su alto contenido; pero, al mismo tiempo, para anotar puntos de contraste y hasta de oposición, que me parece oportuno dar a conocer en este momento inicial de la andadura histórica de tan reflexiva obra. Con dos temas me place iniciar esta reflexión. El primero evoca la polémica que hacia 1931 tuvo lugar en Francia entre dos grandes historia­ dores, E. Bréhier y E. Gilson, sobre la posibilidad y existencia de una filo­ sofía cristiana. X. Zubiri, que alude al tema pero no entra en discusión, lo ha resuelto de un modo espléndido con la afirmación de que, si por la mente griega no pasó la pregunta por el origen último de las cosas, con el Cristianismo se hace cuestión primaria el origen de todo desde la nada. Creación y nihilidad vienen a ser para Zubiri uno de los goznes sobre los que gira nuestra filosofía occidental. Culmina en la pregunta de Leibniz: -¿Por qué existe algo y no más bien la nada?». A todo pensador cristiano se le ensanchará el pecho al leer estos títulos en la obra de Zubiri: «Santo Tomás: el horizonte de la nihilidad», «Descartes: el horizonte de la nihili­ dad: la incertidumbre», «El problema de Leibniz: el horizonte de la nihi­ lidad: la posibilidad», «Kant: el horizonte de la nihilidad: la objetualidad», «El problema de Hegel: el horizonte de la nihilidad: lo absoluto y la razón». Tales títulos son una irrefutable respuesta a E. Bréhier, empeñado en negar al Cristianismo cualquier influjo de importancia en nuestro pensar filosófico. El otro tema lo suscita A. Pintor-Ramos en la presentación de la obra, al decirnos que Zubiri hace historia de los grandes pensadores, teniendo muy presente su filosofía. Desde ella, su denuncia: la entificación de la realidad , base para una progresiva logificación de la inteligencia. En ver­ dad, Zubiri tiene derecho a preguntarse por la filosofía de otros pensadores desde la suya. Es la cuestión, hoy muy sentida, del Vorverstándnis. Cuanto más enriquecido sea éste, más posibilidades de mejor interpretación. Pero se da el grave peligro de que las propias convicciones impidan penetrar en las de otros. Las historias de la filosofía de Hegel y de B. Russell han sido, en este sentido, paradigmáticas. Desde su propio pensamiento han inter­ pretado y valorado el de otros pensadores. El resultado ha sido en muchas ocasiones muy menguado. Hasta llegar, más de una vez, a una clara tergi-

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