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80 ENRIQUE RIVERA Y hacen muy bien los tomistas en buscar elementos metafísicos para romper la unidad congeladora de este ser, uno y único. Pero suce­ de que, como ya hemos apuntado, Platón toma conscientemente otra vía metafísica hasta llegar a pedir perdón por el supuesto parri­ cidio de Parménides. Desmenuzó, en efecto, el ser parminídeo en infinidad de ideas, esencias eternas que indefectiblemente repiten las características de inmutabilidad y eternidad de aquel ser, pero sin que ninguna de ellas pretenda agotar toda la realidad del mismo. Muy al contrario, al percibirlas Platón constitutivamente limitadas busca la raíz de la limitación de las mismas en aquello de que care­ cen. Es decir, en algo esencialmente negativo. El célebre encomio a Platón de A. Whitehead, cuando éste afir­ ma que la filosofía de occidente ha venido a ser un comentario al pie de página de lo escrito por el filósofo griego, tiene algún funda­ mento dentro de su enorme exageración. En Santo Tomás hallamos excepción preclara. Aunque muy adeudado con Platón, tenemos que confesar que su metafísica del esse empalma más bien con Par­ ménides. Escoto, por el contrario, razona más en línea con las ideas platónicas. La corrección cristiana que de ellas hizo San Agustín, al insertarlas en la mente divina, es plenamente asumida por Escoto. De esta suerte esta concepción de las ideas vino a ser uno de los goznes de la gran metafísica cristiana. Sobre todo en su parte más bella. Lo de más bella no es un piropo de los raros en estudios metafísicos. Es la declaración debida a la vertiente muy meditada por el pensamiento cristiano y muy vivida en su praxis religiosa en la que se percibe la creación entera como un reflejo de la Belleza eterna que va Dios derramando en sus obras. También esto lo com­ parte Santo Tomás. Pero viene con algo de retraso y sin el entusias­ mo lírico que vibra en San Buenaventura y halla su cantor incompa­ rable en San Juan de la Cruz: «Mil gracias derramando / pasó por estos sotos...». Ante este panorama, tan bello y tan cristiano, cerramos esta reflexión. Hemos intentado mostrar que Platón-Aristóteles, dentro de sus diferencias y hasta contrastes, se decantan ambos por la meta­ física de la esencia. Al pensamiento cristiano se le ha achacado de repetitivo, canijo e infecundo. Pensamos lo contrario. Y ha llegado el feliz momento de presentarlo al pensamiento de hoy en toda su valía y fecundidad. Hemos presentado en nuestro estudio dos gran-

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