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284 SARA CARRARO cíente de que el Niño a quien adora es un Creador, todo es un ver­ dadero «miraglo»: ¡Qué miraglo puede ser tan dulce de contemplar como vértelo envolver y luego darle a mamar! ¡Oh, Virgen argumentosa, cómo tratas con tus manos el precio de los humanos, reverente y aliñosa! Tú lo acallas, tú lo besas con tu leche lo rocías, y con heno de dehesas tú del cierzo lo desvías ; 127 Así como al adorarlo: su madre lo está adorando cubierta de resplandores, de mirarlo Dios y hombre vánsele y vienen colores; con dulces besos exuga sus ojos ilustradores, que lloran del grande frío como ríos manadores . 128 El frío, que Boreland identifica con el Diablo 129, es la preocupación de la Virgen que intenta proteger a su Hijo: Su velo le puso encima abrigándose del viento, al niño por ornamento, y quedó el cabello exento y a los pechos se le arrima, de la Virgen muy dorado . 130 Por supuesto, el cabello de la Virgen no podía ser más que dorado. Es en boca de la Madre misma donde, en las Coplas del nasci- miento , encontramos la misma consideración: Abrígate con mis pechos Ya tú sabes cuánto peno, virginales, Dios que adoro, que ricos palacios hechos de ver que te viste heno 127 Ib., p. 192, w . 113-120. 128 Cf. B o r e la n d , ‘El Diablo en Belén: un estudio de las Coplas del Infate y el Pecado de fra y Ambrosio Montesino ’, en Revista de Filología Española, LIX, 1977. 129 R o d r íg u e z P u ér to la s , Cancionero de fra y Ambrosio Montesino, p. 224, w . 430-435.

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