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230 ANDRÉS S. ÁLVAREZ Sin embargo, el deterioro ambiental está haciendo cada vez más difícil a los pueblos del Tercer Mundo salir del estado de margina- ción en que se encuentran. El empobrecimiento de la base de recur sos naturales empobrece más a la gente, la destrucción de los bos ques provoca inundaciones destructoras que arruinan los cultivos que están corriente abajo, mientras que la erosión del suelo priva a las masas campesinas del sustento necesario, fomentando movimien tos de población que obligan a millones de personas a amontonarse en los cinturones de miseria de las grandes ciudades. La Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo publicaba, en el infor me de 1987, Nuestro Futuro Común, que la crisis ecológica ocasio nada por la sequía había procurado la muerte un millón de perso nas en el continente africano y que alrededor de 60 millones de seres humanos, la mayoría niños, habían muerto víctimas de enfer medades diarreicas debido a desnutrición e ingestión de agua pota ble indecuada. Aún más, la destrucción ambiental afecta principal mente a los pobres. La contaminación atmosférica, por ejemplo, perjudica más la salud de los pobres que de los ricos, porque los pobres viven en zonas más vulnerables de los centros urbanos y disponen de menos recursos para curarse 54. Por eso dice Carmody que «la avaricia que mantiene pobres a tantos seres humanos del Hemisferio Sur va de la mano con la avaricia que contamina el medio ambiente»55. Todavía los pronunciamientos oficiales de la Iglesia católica son escasos y, en cierta forma, marginales. Quizá la declaración más directa y significativa de Juan Pablo II tuvo lugar el 1 de enero de 1990, con ocasión del Día Mundial de Oración por la Paz, bajo el título «Paz con Dios Creador, Paz con toda la Creación». En ese men saje el Papa, después de referirse a los peligros que amenazan la paz mundial, como la carrera armamentista, los conflictos regionales y las injusticias entre los pueblos, identifica una nueva amenaza para la paz global que proviene de «la falta del debido respeto a la natu raleza, del despojo de los recursos naturales y del progresivo descenso de la calidad de vida»56. A esta declaración hay que agre- 54 CMMAD, Nuestro fu tu ro común, Madrid, Alianza Editorial, 1992. 55 John C arm od y , Ecología y Religión, México, Editorial Diana, 1989, p. 54. 56 América, 17 de febrero 1990, p. 150.
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