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DIOS, PROBLEMA FILOSÓFICO 195 Deo» de Santo Tomás cobra en el autor de L ’Action especial relieve y sentido específico. «Dios no tiene razón de ser para nosotros —añade Blondel— más que porque Él es eso que nosotros no pode­ mos ser por nosotros mismos, ni podemos conseguir con nuestros solos esfuerzos» (L ’Action, 94). Sin Dios, la actividad humana es una sinrazón. En Max Scheler, la verdad del corazón, basada en la unión afec­ tiva, es la fuente del verdadero conocimiento, el cual conlleva la compenetración y comunión de las esencias espirituales. En el caso de Dios, Scheler presenta su conocimiento como la «inserción per­ sonal del espíritu en el espíritu». Llega a decir incluso que todo conocimiento de Dios es por medio de Dios. Se trata, por tanto, de una aprehensión inmediata por parte del hombre en cuanto que éste se siente centro parcial del ser Absoluto 7. El segundo grupo toma pie en la dialéctica de la existencia humana y, aunque no afirma tajantemente la existencia de Dios, tampoco le cierra la puerta a cal y canto. Tanto Heidegger como Jaspers, que bucean en el misterio del existente humano sin encon­ trar una solución definitiva, no se pronuncian explícitamente en favor de Dios, pero se abren a una forma de realidad que, sin iden­ tificarse claramente con la deidad, se inscribe en un ámbito distinto del de los seres mundanos. Es una frontera más allá de la cual no existe nada, porque en ella terminan todas las posibilidades existen- ciales del hombre. Mera cifra indeterminable conceptualmente. Pertenecen al tercer grupo autores que transitan por la praxis histórico-social y ética de la humanidad. Para estos filósofos, muy distintos entre sí, la relación social y el acontecer histórico son pre­ nuncio y anticipación del futuro absoluto de la humanidad y, por lo mismo, lugar idóneo para plantear el problema de Dios. Surge un tipo de área reflexiva, la ética y social, que desempeña el mismo papel que el que ejercieron en su día la metafísica para la teodicea y la antropología para la filosofía moderna de la religión. Aunque las diferencias entre los sustentadores de este paradig­ ma son más que notables — llegan incluso a conclusiones opues­ tas— , su común denominador es el acusado sentido de la presencia 7 Cf. M. S ch eler , Vom Ewigen in Menschen, Bema 1968, 72.

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