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DIOS, PROBLEMA FILOSÓFICO 191 dra angular que sirve de soporte y confiere sentido a la realidad mundana. Es plenitud de ser y, por lo mismo, pensamiento de sí misma y, en virtud de lo cual, se sitúa por encima de lo empírico y posee el máximo rango ontológico. Dejando a un lado las serias dificultades que entraña este pen­ samiento, no podemos menos de reconocer su prolongación en las especulaciones de los epicúreos y los estoicos, así como en el hele­ nismo y, de modo peculiar, en la teología patrística y medieval. De esta última pasamos a ocuparnos ahora. Teólogos a la vez que filósofos, los pensadores de la Edad Media desarrollan un determinado método racional para compren­ der la imagen de Dios proveniente de la tradición bíblica. Cuentan con dos fuentes de conocimiento llamadas a entenderse y comple­ tarse, la fe y la razón. La primera les proporciona verdades incues­ tionables que atañen a lo más esencial del hombre y los obliga a rectificar algunos de los resultados obtenidos por la razón especula­ tiva griega. Ésta desemboca en el medioevo europeo por dos cami­ nos diferentes. Por una parte, el agustinismo inspirado preferente­ mente en el intuicionismo platónico, y, por otra, el tomismo apoyado en la razón discursiva de Aristóteles. Ambos crean el cauce unitario por el que discurre el pensamiento filosófico acerca de Dios durante toda esta época, pasando por las modalidades de Enrique de Gante, Escoto y San Anselmo, hasta desembocar en nuestro Fran­ cisco Suárez. Ateniéndonos a los senderos centrales, recordamos solamente que el agustinismo hace derivar el conocer y el querer humanos de Dios mismo, Verdad Primera y Sumo Bien, que con su presencia en nosotros posibilita nuestro pensar y nuestro obrar y, por lo mismo, nuestro acceso a Dios, más íntimo que nuestra propia intimidad. El tomismo, en cambio, llega a la existencia de una causa pri­ mera incausada —Ser Subsistente— , partiendo del análisis de los seres que conocemos inmediatamente. «Estamos ciertos de la propo­ sición “Dios existe”, y esto lo sabemos a partir de los efectos», escri­ be Santo Tomás (I, q.3, a.4, ad2). De todas formas es legítimo afirmar que tanto el principio ori­ ginario del espíritu en Agustín como la Causa primera y última en Tomás se identifican con eso que «todos llaman Dios».

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