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200 JUAN DE SAHAGÚN LUCAS puede ser pensado y dicho lo que la palabra “Dios” tiene que signi­ ficar» 13. Sin entrar ahora en una crítica de esta filosofía, nos hacemos solamente esta sencilla pregunta: las figuras ontológicas que recha­ za Heidegger, ¿no son acaso unas figuras deformes que, rehechas y autentificadas, permitirían el retorno a unos valores filosóficos capa­ ces de abrir una perspectiva más optimista y generosa que la del autor de Ser y tiempo? X. Zubiri, en quien gravita no poco el pensamiento heideggeria­ no, defiende la experiencia de Dios en el hombre en virtud de su reli­ gación. De este modo la trascendencia divina es formalmente consti­ tución del hombre mismo. Él la llama dimensión teologal del hombre. Al estar suelto de las demás realidades, el ser humano es reali­ dad ab-soluta, pero relativamente, porque no está hecho de una vez por todas, sino que va configurando personalmente su yo bajo su propia responsabilidad. Tal es el modo específico de la implantación del hombre en la realidad y, por ello, lo que en definitiva busca es el fundamento de su relativo ser absoluto. Aquí es donde Zubiri inscri­ be el problema de Dios, esencial para el hombre, como realidad fun­ damentante, que no se sitúa frente ni por encima de otras realidades, sino siendo realidad en y por sí misma. Deidad y realidad por exce­ lencia absolutamente absoluta, más que ente supremo, que hace ser al hombre en su hacerse, posibilitando e impeliendo todo su proceso de crecimiento personal. De ahí que el hombre sea incomprensible a sus ojos sin Dios con el que se siente articulado fundamentalmente en su hacerse progresivo. En el ir-a-más en que consiste su vida, el hombre se siente viniendo de y siendo llevado por, a la vez que sien­ do dirigido hacia. Éste impulsado a tergo, atestiguado por la propia conciencia ontologica, está postulando una explicación última que satisfaga todas las inquietudes radicales, sobre el origen y la ultimi- dad, que se ciernen sobre el corazón humano. Zubiri la pone en Dios. Un Dios que no es trascendente «a» las cosas, sino trascendente «en» ellas como fundamento último posibilitante de las mismas 14. 14 X. Z u b ir i , Naturaleza. Historia. Dios, Madrid 1978, 309, 350-376; Id., El hombre y Dios, Madrid 1984, 377-378; c f. C. B a c iero , El hombre y Dios, en Rev. de Fil., 1 (1985) 174-181.

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