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196 JUAN DE SAHAGÚN LUCAS del otro en la propia vida y la dimensión inacabada de la existencia individual y colectiva. Lo típico de esta filosofía es el descubrimien­ to de la estructura constitutiva del ser humano como «ser-que-tiene- que-llegar-a-ser-con-otros-en el-mundo». La necesidad de un futuro irreversible y la exigencia de rectitud en las relaciones interhumanas propician el clima de acceso a la posibilidad de Dios, fundamento de la coexistencia social y garantía del futuro organizado de la humanidad. Pero, como indicábamos antes, las mutuas divergencias a la hora de definir la respuesta definitiva son insalvables. Mientras unos no logran despejar la incógnita, porque limitan su reflexión a un futuro meramente lineal e histórico, otros, sin embargo, reconocen el orden trascencendente como única posibilidad de irreversibilidad. Feuerbach y Nietzsche son los exponentes genuinos de la solu­ ción negativa, mientras que Teilhard de Chardin lo es de la positiva. A caballo entre ambas discurren la ambigüedad y reticencia de E. Bloch. Indicamos someramente las grandes líneas de estos pensa­ mientos. En su intento por descifrar el enigma de lo humano, Feuerbach distingue entre finitud empírica y tendencia radical del hombre a lo infinito. Inmerso en este conflicto, proyecta delante de sí la anhela­ da infinitud que objetiva en un ser ficticio, de cuya representación hace a Dios. Homo hom in i D eus 8. Nietzsche, por su parte, llega más lejos. Convencido de que las teorías sobre el ser, el uso del lenguaje y el concepto de razón deben desaparecer, anuncia un nuevo tipo de hombre que suplante al Dios tradicional y al de la filosofía moderna. Indudablemente es éste uno de los acontecimientos ideológicos de mayor trascendencia en los tiempos modernos, por el vacío en que deja sumido al hom­ bre y a la sociedad, que siguen sin encontrar el sentido último de la vida, al ser barridos del horizonte los valores tradicionales y cris­ tianos. Según Nietzsche, el ser humano es el núcleo del acontecer total, de modo que el devenir mismo lo destina a ser su anunciador y su 8 Cf. L. Feu erb ach , La esencia del cristianismo, Salamanca 1975, 63, 199-300.

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