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184 JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ MOLINERO garantizar tal unidad?, ¿se mantiene, efectivamente, membrada la estratigrafía de la persona? No obstante su extensión, reproducimos literalmente el siguien te pasaje que, de modo sintético, apoya, o sirve de fundamento a los interrogantes que acabamos de formular: «Es cosa bien clara que en el dolor me duele mi cuerpo, que la tristeza está en mí, pero no viene del yo; en fin, que pensar o querer son actos “míos”, en el sentido que nacen de mi yo. El pronombre “mí” significa, evidentemente, cosa distinta en los tres casos. Porque mi cucrpo, objeto extenso y material, no puede ser “mío” en la misma forma que lo es la tristeza, y ésta, a su vez, no es “mía”, de la misma suerte que una decisión emanada del yo en un creador acto de la voluntad... Esto nos obliga... a hablar de tres “yo” distintos que integran trinitariamente nuestra personali dad: un “yo” de la esfera psicocorporal, un “yo” del alma, un yo espiritual o mental... Los tres “yo” vienen a ser centros persona les, que no por hallarse indisolublemente articulados dejan de ser distintos. Y tan distintos son que necesitamos representárnoslos con forma diversa unos de otros... El descubrimiento de esta trini dad en la persona invita a preguntarnos cuál de los tres “yo” somos, en definitiva»183. Insisto en la duda: ¿Queda suficientemente aclarada, tras la lec tura de estos textos orteguianos, la relación unidad-trinidad que Ortega señala en la persona sin menoscabo de ninguno de esos dos aspectos? O, por seguir con el símil de origen teológico: ¿No estará aquí envuelto también todo por el misterio? Si los tres estratos de la persona remiten, o hacen referencia, a la postre, a «tres yo», o «tres centros distintos», la solución arquitectónica al problema de la uni dad de la persona, que ofrece Ortega, aunque, por la belleza litera ria con que es presentada, resulta sugestiva y atractiva, sin embargo, no deja de ser, por lo menos, cuestionable. 6 . L a d istin ta a r q u it e c t u r a d e lo s g r u po s so cia les 183 Ortega, /. c., 465-466.
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