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ORTEGA Y LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA 179 caracteriza por el «mí». Tiene la formalidad semántica de un dativo. Los sentimientos, emociones, inclinaciones, deseos, impulsos, apeti­ tos, etc., son «míos» (me son). Propiamente no los he hecho yo. El yo no es su realizador, su ejecutor, su protagonista. Más bien me los encuentro, me son dados, me aparecen de pronto, de repente. Es más, pueden serme dados al margen, y hasta en contra, de lo que yo quiero o de lo que yo pienso l69. Un par de ejemplos: «el sentimiento de tristeza me deprime aní­ micamente; el deseo de venganza me enfurece». Es decir, propia­ mente no soy yo ninguno de estos fenómenos. Los sentimientos, deseos, apetitos..., el alma, en una palabra, no constituyen el centro de decisión o intelección o, lo que es igual, el yo. Son «su materia envolvente», «circundan el núcleo personal del hombre», pero no constituyen, no son, el yo. «Yo no soy el senti­ miento de alegría o el sentimiento de venganza». Estos brotan de mí, pero no son yo. El alma, pues, es «el envoltorio de la persona» en lo que es el constitutivo más íntimo de ésta. Sin embargo, no es lo más personal de ésta. Esto pertenece al yo, al espíritu. Montada la esfera del alma sobre el estrato de la vitalidad, y formada, como acabamos de explicitar, por sentimientos, emocio­ nes, deseos, impulsos, apetitos, etc., aquélla continúa «llenando el volumen de nuestra persona». De este modo, el alma en sentido estricto es todavía descrita por Ortega de una manera que sin duda puede resultarnos por lo menos llamativa (por no decir paradógica, si nos atenemos al concepto tradicional de alma), mediante imáge- 169 O rtega , /. c., 461. Y, en otro pasaje: acontece con los deseos o apetitos que nacen y mueren con nosotros, sin contar para nada con nuestro yo. Son míos, repito, pero no son yo. Por eso, el psicólogo tiene, a mi juicio, que distinguir entre el “yo” y el “mí”. El dolor de muelas me duele a mí y, por lo mismo, él no es yo. Si fuésemos dolor de muelas, no nos dolería: doleríamos más bien a otro, e ir a casa del dentista equivaldría a un suicidio, pues como dice Hebbel, “cuando alguien es una pura herida, curarlo, es matarlo» ( O r teg a , /. c., 463). O , finalmente: «El “yo” indica siempre un término central de referencia: el diente que duele no le duele al diente, ni la cabeza a la cabeza, sino ambos a un tercero, que es mi “yo” corporal» (O rtega , /. c., 465).

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