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176 JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ MOLINERO sibilidad especial para determinadas situaciones corporales», por «sensaciones de movimiento o táctiles de las visceras y los múscu los», por ejemplo, del «yo ando» pero, repito, en cuanto sentido «desde dentro»); «por la impresión de las dilataciones y contraccio nes de los vasos»; «por sensaciones muchas veces anómalas»; «por extrañas sensaciones intracorporales, a veces positivas, pero, sobre todo negativas, patológicas»; «por las percepciones rítmicas del cora zón»; «por las sensaciones del hepático» (éstas son, por ejemplo, el origen del temperamento malhumorado o del carácter atrabiliario); «por las sensaciones de dolor y placer, de agrado y desagrado»; e, incluso, «por el sentir de la circulación de la sangre» o «por las menu das percepciones del curso de la sangre en venas y arterias»158. A la exigencia de conocer el intracuerpo —que Laín Entralgo considera está ya in nu ce en las M ed itaciones d e l Q u ijo te 159— le otorga tal relevancia Ortega en su concepción de la antropología filosófica como saber específico que expresamente habla de: «la enorme importancia que el intracuerpo tiene en la arqui tectura de la persona» l6°. Y, ciertamente, no puede por menos de ser así por cuanto «nuestra vida psíquica y nuestro mundo interior se hallan unidos sobre esa imagen interna de nuestro cuerpo que... viene a ser como el marco dentro del cual todo nos aparece»161. Por no ser igual el saber interior del propio cuerpo, cada per sona tiene una estructura íntima, una arquitectura personal distinta. Más todavía. Desde el punto de vista comparativo de los animales y el hombre, destaca particularmente la mujer como la criatura que tiene una «más fina percepción de su intracuerpo». Por eso, la mujer —en igualdad de las demás condiciones— «posee mas vida interior 158 Cf. O rtega , /. c., 456,458. 159 Cf. L aín E ntralgo , El cuerpo humano. Teoría actual, 117, nota. 160 O rtega , /. c., 457. 161 O rtega , /. c. Y, en otro lugar: «No es posible, en ningún sentido, una per sonalidad vigorosa de cualquier orden que sea — moral, científico, político, artístico, erótico— sin un abundante tesoro de esa energía vital acumulada en el subsuelo de nuestra intimidad y que he llamado alma corporal» (O rtega , /. c., 460-461).
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