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ORTEGA Y LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA 167 ponen las ramas, o tipos, que en él se integran sin que la unidad desaparezca. Por consiguiente, en el sentido de tratar de acentuar la unidad de la persona humana, podemos entender el siguiente pasaje, que parece como una transposición, o aplicación, a la psicología de la persona del modelo de explicación ontofilogenético de la hipótesis evolucionista: «Hemos llegado a ella — es decir, a la tectónica de la perso nalidad— sin otra operación que filiar estrictamente (el subraya do es nuestro), como hace un zoólogo, al clasificar la fauna, los feómenos internos»132. En la tectónica de la persona, aunque los bloques se superpo nen, se penetran hasta cierto punto. No hay cortes o secciones entre las capas o estratos. Éstos están articulados, membrados, entrelaza dos sin discontinuidad. Las diferencias esenciales se borran. Lo infe rior se adentra en lo superior y éste, a su vez, gravita, se fundamen ta sobre aquél sin establecer un corte con el mismo: «Es falso, es inaceptable pretender seccionar el todo humano en alma y cuerpo. No porque no sean distintos, sino porque no hay modo de determinar dónde nuestro cuerpo termina y comien za nuestra alma. Sus fronteras son indiscernibles, como lo es el límite del rojo y del anaranjado en la serie del espectro: el uno termina dentro del otro»133. ¿Es totalmente novedosa esta interpretación de la persona? No es del caso detenernos aquí en una exposición detallada, de tipo histórico, sobre las distintas exposiciones o «modelos estrati- gráficos» habidos. Reseñemos sólo algunos, a modo de ejemplo. En realidad, podemos ver un «modelo estratigráfico» en Platón cuando éste jerarquiza distintos grupos sociales y compara con ellos el alma: Con el grupo de los esclavos (vientre primitivo y material de la sociedad), relaciona la Em0i|ua o deseo; con el de los guerre- 132 O r t e g a , /. c. 133 O r t e g a , /. c., 453.
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