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124 DOMICIANO FERNÁNDEZ de que el sacerdocio de Cristo, que abarca a toda la humanidad, esté debidamente representado por ambos sexos. El cardenal Wille- brands hace un buen resumen de esta argumentación del Dr. Run­ d e y la rebate, pero más adelante apela al hecho de que Cristo fue varón y a su identidad masculina, como un rasgo inherente de la economía de la salvación, para deducir o insinuar que el sacerdote, que representa a Cristo, debe ser varón, con lo cual cae en la misma arbitrariedad teológica que su oponente 22. Todo esto ocurre a nivel de jerarquías. Entre los teólogos y escrituristas católicos y anglicanos, la diversidad no afecta tanto a las confesiones cuanto a los individuos o grupos. Hay teólogos y escrituristas católicos y anglicanos que no ven objecciones funda­ mentales ni en la Escritura ni en la Tradición. Se basan en un con­ cepto dinámico de la tradición y de la vida de la Iglesia, que tiene que predicar y encarnar el Evangelio para todos los tiempos y para todas las culturas. Se exige en todo caso fidelidad al Evangelio, pero al mismo tiempo se requiere la apertura necesaria para que el Evan­ gelio llegue a todos los hombres y pueda asumir las diversas situa­ ciones históricas. El Espíritu de Cristo no deja de actuar en la Iglesia y sugerir los medios adecuados que respondan a las necesidades pastorales de cada época. La fidelidad a la tradición no consiste en no cambiar nada, sino en proponer de una manera siempre viva y actual la verdad que se quiere transmitir. Pero existen también en ambas confesiones teólogos y escri­ turistas de gran prestigio, que no creen compatible con la Sagrada Escritura, ni menos con la tradición milenaria de la Iglesia, el acce­ so de la mujer al sacerdocio. Sería un cambio substancial en lo que Cristo ha establecido. La Iglesia, por fidelidad a Cristo su Señor, no se siente autorizada para tales cambios. Esta es la situación actual. Pero con la diferencia de que entre los anglicanos va ganando terreno la convicción de que no existen dificultades dog­ máticas, mientras que en la Iglesia católica tal convicción es, pro­ bablem en te todavía, minoritaria y choca con la oposición del magisterio jarárquico. 22 Carta del cardenal Willebrands al arzobispo R. Runcie, del 17 de junio de 1986, ibid., pp. 762-766.

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