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FUNDAMENTALISIMO BÍBLICO 99 correcta y ha influido en el mundo mucho más de lo que sus críti­ cos más despiadados están dispuestos a aceptar. En la misma línea debe destacarse el papel importante jugado por el fundamentalismo-literalismo en la formación de aquellas per­ sonas que eran preparadas para desempeñar el ministerio de la palabra, tanto a nivel eclesiástico como laical. Remitimos a lo dicho en el punto 2.6 sobre la «Vivencia personal de la problemática plan­ teada». La mayor parte de los dirigentes espirituales del pueblo de Dios fuimos formados en la mentalidad fundamentalista-literalista. Sólo unos pocos evolucionamos, superándola. Lo cual significa que, mal o bien, más mal que bien, el catolicismo ha estado apoyado e impulsado por dicha mentalidad. Evidentemente, esta constatación no es una alabanza del fundamentalismo-literalismo. Significa sim­ plemente el reconocimiento y la gratitud de que debe ser objeto por nuestra parte. Añadiendo, por supuesto, que Dios escribe derecho con renglones torcidos y que, según la promesa del Maestro, Él se halla siempre presente entre nosotros, no sólo ayudando con su pre­ sencia, sino también deshaciendo los entuertos que nosotros come­ temos. Este reconocimiento obligado es manifestado también en el campo protestante: «Lo queramos o no, nos guste o nos disguste, el movimiento fundamentalista se ha convertido paradójicamente en uno de los instrumentos más efectivos para transmitir la f e cristia­ na , en su vertiente protestante, y para inculturar nuestro mundo contemporáneo »81. A este respecto nos permitimos copiar del número 3-3 lo siguiente: «Desde la observación y el análisis psicológicos no resulta difícil descubrir que la actitud fundamentalista se halla más generali­ zada de lo que pudiera pensarse. Creemos que es inseparable de quienes ejercen la autoridad, sobre todo, con alto nivel de respon­ sabilidad, tanto en el campo de la sociedad civil como de la ecle­ siástica. Se creen fácilmente sucedáneos-representantes de Dios en nuestro mundo. Quienes se adhieren a ellos, considerándolos como la última instancia de sus certezas, experimentan la tentación de la peor idolatría, que es la de las personas». 81 M. V o lf , art. cit., 523.

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