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88 FELIPE F. RAMOS mente su sentido sino cuando alcanza a aquellos a los que se diri­ ge» (IBI, II, A, nota 3, p. 67). Estos nuevos planteamientos han estado presentes, explícita o implícitamente, a lo largo de nuestra exposición. Y no se hallan muy lejos de lo que nosotros llamamos bilingüismo de la revelación: «Todo evangelizador debe conocer a fondo dos lenguas. Por ellas entendemos los dos mundos que deben serle familiares al anuncia­ dor del Evangelio: el mundo de Dios y el mundo de los hombres; la revelación divina y los destinatarios de la misma. El desconoci­ miento de ambos mundos o de cualquiera de ellos da al traste con el mensaje cristiano que se intenta transmitir. Tan importante es el conocimiento de los destinatarios de la revelación divina como el origen y contenido de la misma»71. Se requiere un esfuerzo permanente para el mejor conocimien­ to posible de la realidad y la adaptación dinámica, nueva, atractiva, consciente y seria del mensaje a aquellos a los que hoy va destina­ do. El hombre nuevo, que es el objeto de la revelación divina, sur­ girá como el resultado de la unión armoniosa entre el mensaje cris­ tiano y su destinatario de hoy. No basta con propagar el mensaje tal como fue codificado una vez en la historia. La mera repetición del pasado puede tergiversar la revelación divina, por impedirla hablar a las personas en las que Dios piensa siempre. En cada momento debe analizarse la realidad, las propias búsquedas, situaciones socia­ les e histórico-culturales, para que la revelación divina pueda pro­ yectar su luz sobre ellas. ¿Cómo puede decidirse el hombre, cómo puede tomar una decisión, ante una realidad pasada que no le inte­ resa? ¿Cómo puede hablarse de Dios y de su manifestación si se crea en el hombre esa dicotomía o el «martirio secreto» de que habla Ebe- ling cuando presentamos la revelación de Dios en nuestras predica­ ciones? ¿No será necesario partir de los interrogantes humanos para poder interesar al hombre en la respuesta que Dios les da? En la teoría hermenéutica de H. G. Gadamer, junto a la distan­ cia del texto, se acentúa la proximidad a él gracias a los datos de «la tradición que nos sostiene», que constituye nuestro contexto vital, nuestro horizonte de comprensión. Para que ésta se dé se requiere 71 F. F. R a m o s , El Anuncio del Evangelio, o. c., 16-20.

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