PS_NyG_1995v042n001p0007_0101

FUNDAMENTALISIMO BÍBLICO 71 El problema consiste entonces en armonizar la tensión entre el pasado y el presente. ¿Cómo puede realizarse ahora algo ya ocurrido en el pasado? Si la revelación es un acontecimiento presente, ¿cómo podemos decir que ha llegado a su plenitud y perfecta culminación hace dos mil años? La revelación presente, ¿no consistiría en un creci­ miento en la comprensión colectiva de la revelación biblica (que se ha completado y concluido una vez para siempre con Cristo y con los apóstoles? ¿Sería presente porque es en el momento presente cuando nosotros la entendemos y la aceptamos o nos adherimos a ella? Sin duda que este crecimiento en la comprensión verdadera puede y debe darse. No obstante, no haríamos justicia a la tradición si solamente se la reconociese como mérito acrecentar la compren­ sión de una revelación que quedó cerrada en el pasado, pero negando, por otro lado, su capacidad de ofrecer una revelación o manifestación actual de Dios. La doble realidad eclesial se halla en la entraña misma de su ser específico, de aquello que la constituye en Iglesia: la au d ición creyen te de la palabra de Dios y su p r o c lam a c ión fie l. Esta doble realidad constituye el pórtico magnífico de la constitución Dei Ver- bum, del Vaticano II. En el reconocimiento y en la proclamación de estas dos realidades se juega el ser o no ser de la Iglesia. La Iglesia es la comunidad de aquellos que escuchan la palabra de Dios. En la línea bíblica, esta audición no es sólo prestarla un oído atento, sino abrirla el corazón (Hch 16,14); es ponerla en práctica (Mt 7,24- 25); es obedecer. Tal es la obediencia de la fe que requiere la pre­ dicación oída (Rom 1,5; 10,14ss; 16,26). Esta audición creyente implica su p r o c lam a c ión fie l: meditar, asimilar, interpretar la palabra de Dios para comunicarla fielmente a los hombres de todos los tiempos. Y comunicarla adaptándola para que sea inteligible a aquellos a los que va dirigida. No basta con repetirla literalmente. Cuando esto se hace así por una mal entendi­ da fidelidad a la palabra de la Escritura, de la tradición o del magis­ terio eclesial, aunque sea en su expresión solemne, lo propiamente «eclesial» se desvirtúa, cayendo en la herejía del literalismo, una here­ jía que deja de ser imputable a aquellos que la viven, que viven en ella, únicamente por la supuesta buena voluntad de los «repetido­ res». No hay malicia, ni siquiera ignorancia, al menos en muchas ocasiones, sino una lamentable nesciencia.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz