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12 FELIPE F. RAMOS Sumadas las 14 líneas dedicadas a suscitar la atención a los lími­ tes del método histórico-crítico a las 21 que ocupa la referencia explícita al fundamentalismo, obtenemos la suma de 35 líneas. En resumen, que la Conclusión dedica más de un 40 % al problema del fundamentalismo. La estadística nos habla de este modo de la preo­ cupación subyacente en la IBI por el tema. En cuanto al discurso p ap a l , que procede indudablemente de la misma pluma que el Documento, del que es una buena síntesis —aparte las posibles adiciones personales del Pontífice— afirma que «la exégesis católica no centra su atención únicamente en los aspectos humanos de la revelación bíblica, error en que a veces cae el método histórico-crítico, ni en los aspectos divinos, como preten­ de el fundamentalismo» (n. 14; el subrayado es mío). La lectura fun- damentalista, sin mencionarla explícitamente, la describe el discurso papal de la forma siguiente: «Una idea falsa de Dios y de la Encar­ nación lleva a algunos cristianos a tomar una orientación contraria. Tienden a creer que, siendo Dios el Ser absoluto, cada una de sus palabras tiene un valor absoluto, independiente de todos los condi­ cionamientos del lenguaje humano. No conviene, según ellos, estu­ diar estos condicionamientos para hacer distinciones que relativiza- rían el alcance de las palabras. Pero eso equivale a engañarse y rechazar, en realidad, los misterios de la inspiración escriturística y de la Encarnación, ateniéndose a una noción falsa del Ser absolu­ to. El Dios de la Biblia no es un Ser absoluto que, aplastando todo lo que toca, anula todas las diferencias y todos los matices. Es, más bien, el Dios creador, que ha creado la maravillosa variedad de los seres de c a d a especie, como dice y repite el relato del Génesis (cf. Gen 1). Lejos de anular las diferencias, Dios las respeta y valo­ ra (cf. ICor 12,18.24.28). Cuando se expresa en lenguaje humano, no da a cada expresión un valor uniforme, sino que emplea todos los matices posibles con una gran flexibilidad, aceptando también sus limitaciones» (n. 9). ¿No se hace alusión a la lectura fundamentalista en este mandato del Papa: «Es preciso volver a traducir constantemente el pensamiento bíblico al lenguaje contemporáneo, para que se exprese de una mane­ ra adaptada a sus oyentes» (n. 15)? Lo menos que se puede decir es que se condena todo atrincheramiento en el literalismo del pasa­ do, que es una forma muy generalizada de fundamentalismo.

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