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64 FELIPE F. RAMOS Estas consideraciones son necesarias para abordar con la serie­ dad debida las afirmaciones de la IBI sobre la «consideración funda- mentalista de los Evangelios. La presenta así: En lo que concierne a los Evangelios, el fundamentalismo no tiene en cuenta el crecimiento de la tradición evangélica, sino que confunde ingenuamente el estado final de esta tradición (lo que los evangelistas han escrito) con el estadio inicial (las acciones y las palabras del Jesús de la historia). Descuida por eso mismo un dato importante: el modo cómo las primeras comuni­ dades cristianas han comprendido el impacto producido por Jesús de Nazaret y su mensaje. Ahora bien, éste es un testimonio del origen apostólico de la fe cristiana y su expresión directa. El fu n ­ damentalismo desnaturaliza así la llamada lanzada por el Evan­ gelio mismo. Nuestro comentario se ceñirá a los tres puntos destacados en el DPCB. 7 . 1 . L as « m ism ísimas » pala bra s d e J esú s Cuando los Evangelios fueron puestos por escrito, el Evangelio tenía tras de sí una larga historia, una historia de, al menos, cuaren­ ta años. En ese período se había recordado lo que Jesús había dicho y hecho, se había interpretado el hecho de Jesús a la luz del AT, se habían deducido las exigencias morales que tal hecho imponía, se habían hecho las inevitables adaptaciones exigidas por los nue­ vos partidarios que el cristianismo iba adquiriendo. Fue un tiempo de tan profunda reflexión y maduración de la fe que ninguna época posterior en la historia de la Iglesia se le puede comparar. Jesú s está en el origen de la tradición cristiana. Esta sería impensable sin ÉL Jesú s anunció el Evangelio, la gran noticia, la proximidad-presencia del reino de Dios. Para ello se sirvió de todos los recursos pedagógicos utilizados en la época: sentencias, frases cortas, palabras sapienciales, apocalípticas y proféticas, parábolas, lenguaje directo e indirecto, alegorías... Jesús es el principio, la fuen­ te, la causa última originante de la tradición evangélica. En el p rin ­ cipio f u e Jesús de Nazaret.

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