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FUNDAMENTALISIMO BÍBLICO 57 6.1. F ija ció n d efin it iv a d el t e x t o b íb l ic o La historia de la formación del texto hebreo-arameo del AT y la del griego del NT es una cuestión muy compleja. Al menos sirve para tomar conciencia de que el texto que hoy utilizamos no nació en estado adulto. Es preciso admitir el principio de la evolución. Las múltiples variantes del texto original, las divergencias en las tra­ ducciones más antiguas, las omisiones, adiciones, modificaciones... confirman lo que estamos diciendo. Ha sido necesario reconstruir el texto mediante la aplicación de las reglas de la crítica textual, optan­ do por una lectura que se considera como la más probable, con la exclusión de otras posibles. Es la obra del criticimo menor o de la crítica textual\ que sólo una superficial incompetencia puede rele­ garla entre las ciencias que no tienen ningún valor para la teología y la fe. También sobre ella descarga el peso de la autoridad que obliga a los creyentes52. La Divino A fflante Spiritu lo formuló así: «Pero hoy esta técni­ ca, llamada “crítica textual” y que se está aplicando con gran elogio y fruto a la publicación de libros profanos, se ejerce también con pleno derecho en los libros sagrados por el respeto debido a la pala­ bra de Dios. La crítica textual, por su naturaleza, restablece cuanto es posible el texto sagrado de modo perfectísimo, lo purifica de los errores introducidos por la debilidad de los amanuenses y lo libera, según las propias posibilidades, de las glosas y lagunas, de las inver­ siones de los términos, de las repeticiones y de todas las demás cla­ ses de errores que comúnmente se introducen en los escritos trans­ mitidos a lo largo de los siglos (...). Y no deja de venir a cuento recordar a este propósito (...) hasta qué punto ha tenido en consi­ deración la Iglesia estos estudios de técnica crítica desde los prime­ ros siglos hasta nuestros días. Y todos sabemos bien que este largo trabajo no sólo es necesario para comprender rectamente los escri­ tos dados por la inspiración divina, sino que además lo requiere fuertemente aquella piedad divina con la que, por su suma provi­ dencia, Dios envió estos libros como una carta paterna desde la sede de su divina majestad a sus hijos» (EB, 548). 52 V. M anucci , La Biblia como Palabra de Dios, Desclée de Brouwer, 1985, 106.

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