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FUNDAMENTALISIMO BÍBLICO 51 informa la Biblia. No basta considerar el «objeto material» o aquello, sea lo que fuere, de lo que nos hablan los autores bíblicos. Para saber de qué trata la Escritura es preciso ante todo considerar «el objeto formal», es decir, el aspecto especial desde el que lo afirma o testimonia. Las palabras y hechos de que nos informa la Biblia deben ser considerados desde el punto de vista de su relación al plan salvífico de Dios. Es el campo de su competencia. Esto nos obliga a repetir que lo importante de la narración bíblica no es tanto lo que la Biblia dice como lo que la Biblia quiere decir. Entre esta verdad salvífica —aunque haya desaparecido del texto discutido el calificativo «saludable» continúa su sentido en la expresión sinónima «para nuestra salvación» o a causa de nuestra salvación— y la historicidad de los libros sagrados no existe contra­ dicción alguna, sino que en un determ inado sentido se adecúan. Pues Dios ha manifestado su plan salvífico a lo largo de una histo­ ria que ha durado muchos siglos, de un modo progresivo, a través de palabras y hechos. De esta historia salvífica nos informan los autores sagrados. La historicidad de los hechos y palabras de los que ellos nos informan, se halla garantizada por la inspiración en la medida en que estos acontecimientos dicen relación con esta historia salvífica. Su interés al narrar y su responsabilidad en la narración no se centra en el plano histórico-profano, sino en su misión de anunciar la verdad saludable. Claro que para ello tienen que partir del hecho histórico en sí mismo, tienen que informarse diligentemente de lo ocurrido para poder narrarlo (Le 1,1-4), y des­ cubrir en ello su cáracter de verdad salvífica, su verdadera dimen­ sión dentro del plan de Dios. En el número 11 de la Dei Verbum, a propósito de la «inerran­ cia», verdad saludable, la nota 5.a es particularmente significativa para ayudarnos a comprender la mente del concilio. Se cita a san Agustín en un texto que se ha hecho célebre: el Espíritu Santo no quiso enseñar cosas que de ninguna manera sean útiles para la sal­ vación del hombre, «nulli saluti profutura» (De Genesi ad litteram, II, 9, 20). Para san Agustín, lo mismo que para san Pablo o alguno de sus discípulos (cf. 2Tim 3,16-17), la utilidad «universal» de la Escritu­ ra debe medirse por su provecho en orden a la salvación. Él conci­ lio pudo haber citado otra no menos célebre frase de san Agustín: «No se lee en el Evangelio que el Señor dijese: “Os envío el Parácli-

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