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38 FELIPE F. RAMOS es una coincidencia fortuita. Es la afirmación del DPCB sobre la lec­ tura fundamentalista: su ideología no es bíblica. El fundamentalismo es un mal menor. Su necesidad es un ate­ nuante de sus excesos condenables. Lo mismo que el frenazo vio­ lento del vehículo en el que viajamos, que puede evitar un choque mortal o que nos precipitemos al abismo. El fundamentalismo se enardece en la lucha, en su esencial actitud de resistencia ante el peligro para la fe, que le autoconvierte en defensor de la ortodoxia. Esto es lo que ha ocurrido en su declaración de guerra a la teología liberal. Declaración de guerra lanzada frente al principio determinan­ te de dicha teología: ««Toda herencia del pasado tiene que estar suje­ ta a una profunda investigación crítica»42. Y continúa el mismo autor: ««Como la fe cristiana se basa, por definición, “en la autoridad de un pasado”, surge el problema sobre “si una religión del siglo i puede coexistir con la ciencia del siglo xx”». Los teólogos liberales respon­ den — implícita o explícitamente— que ««no». El proyecto de la teolo­ gía liberal consistía en una reformulación de toda la fe cristiana a la luz de los resultados de una investigación que tratase de detectar en las primeras expresiones de la fe unos «principios religiosos» trans- históricos que representasen «la esencia del cristianismo». El liberalismo o la teología liberal atacaba de este modo los fundamentos mismos de la fe cristiana caída en el «naturalismo», explicando el origen del cristianismo por el principio de la evolu­ ción de las leyes de la naturaleza, excluyendo, por tanto, la necesi­ dad de la intervención divina. Remitimos a lo dicho más arriba, a propósito de las posturas de A. Loisy y de R. Bultmann. La acepta­ ción por parte de la Iglesia cristiana de los principios liberales hubie­ se equivalido a extender el acta de defunción del cristianismo. La descripción siguiente es la mejor prueba de la afirmación que aca­ bamos de hacer: «La Biblia exalta “la formidable trascendencia de Dios”; el libe­ ralismo llama Dios al propio “proceso intramundano”. Según la ense­ ñanza de la Biblia, “el hombre es pecador y está bajo la justa con ­ dena de Dios”; según las convicciones del liberalismo, “debajo de esa dura corteza exterior del hombre podemos descubrir buenas 42 J. G resham M a ch en , citado por M. Volf, art. cit., 525.

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