PS_NyG_1995v042n001p0007_0101

34 FELIPE F. RAMOS peor idolatría, que es la de las personas. El Vidente de Patmos la superó gracias a la voz del cielo que le prohibió doblar sus rodi­ llas ante las personalidades humanas (Apoc 19,10; 22, 9). Desde el Papa hasta las personas más humildes y santas el fun- damentalismo se adueña de ellos con la fuerza de quien se siente «agitado por un poder mántico». Los más humildes y santos com­ pensan su fundamentalismo con el testimonio de la globalidad de su vida. Las más altas autoridades eclesiásticas, y también las civiles a veces, se sienten como invadidas por un poder divino, de tal fuer­ za, que los transfigura, y recurren a su autoridad divina con tal natu­ ralidad, que dan la impresión de haber estado tomando café con el mismo Dios el día antes de hacer manifestaciones decisivas, basa­ das en las mismas fuentes de información. El DPCB deja clara cons­ tancia de esta mentalidad y actitud fundamentalistas en el sentido de excluir su justificación desde la Biblia. La ideología subyacente no es la bíblica. 3.4 I n flu en c ia so c io ló g ic a Según el punto de referencia que estamos comentando, «el fun­ damentalismo impone una lectura de la Biblia que rehúsa todo cues- tionamiento y toda investigación crítica». Por eso la ideología del fundamentalismo no es bíblica. En el largo y complejo proceso de su nacimiento, la Biblia se revisó constantemente, se «corrigió», cues­ tionó sus puntos de vista y mantuvo una actitud crítica ante los diversos acontecimientos perturbadores de su vida. Exactamente lo contrario al fundamentalismo. La fuerza expansiva con que apareció el fundamentalismo en la década de los 70 produjo una tremenda desorientación entre los sociólogos: la independencia y especialización de cada uno de los sectores de la vida, como la política, la enseñanza, la econo­ mía, los medios de comunicación, por un lado, y la universalización de la sociedad, que convierte a todos los hombres en habitantes de «una aldea común», por otro, se habían convertido en palabrería vana. Se producía un desconcierto universal. ¿Puede hoy hablarse con seriedad de «una aldea común»? Y la independencia de los cam­ pos mencionados o de otros que ocupan el quehacer humano, ¿va

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz