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26 FELIPE F. RAMOS Las tesis en las que era formulada la doctrina católica encontra­ ban su respaldo incuestionablemente demostrativo en la referencia inapelable a los concilios, bien fuesen universales o particulares. No era necesario precisar el alcance de las formulaciones ni los condi­ cionamientos histórico-culturales en que eran expresados. No existía —y apenas hemos mejorado algo en nuestros días— una hermenéu­ tica conciliar. Se nos inculcaron de forma contundente los principios integris- tas y fundamentalistas. Esta constatación está muy lejos de ser una acusación. Es simplemente la exposición de un hecho. Pero se dedu­ ce de él una gravísima consecuencia. Excepción hecha de los pocos que hemos logrado superar los principios y esquemas en que fui­ mos educados —por razón de nuestros estudios posteriores— , la mayoría ha estado y está cumpliendo la tarea de anunciar el Evan­ gelio desde la concepción fundamentalista-integrista de la fe cristia­ na. Por eso existen entre nosotros muchos más fundamentalistas de los que podrían considerarse como un número aceptable y explica­ ble. Me he dado cuenta de ello en los cursillos y conferencias pro­ movidos por la «Formación permanente del clero». Cuando uno men­ ciona la «leyenda» de los reyes magos, como ejemplo baladí y de pasada, se nota el desasosiego en una buena parte de los asistentes. Si alguien ha sido responsable de este fundamentalismo-integrismo, no han sido los asistentes a la formación permanente del clero. Pero la realidad está ante nuestros ojos. Más grave que la experiencia anterior, justificada desde los «sig­ nos de los tiempos», de aquellos tiempos, fue la que tuve en el Pon­ tificio Instituto Bíblico de Roma, al que asistí durante los años 1951- 1953. En este centro, que tan extraordinarios frutos ya había cosechado por aquellas calendas, nunca se mencionó en las clases el método exegético de la historia de las formas, que hacía treinta años que había sido propuesto por los creadores del mismo: Sch- midt-Dibelius-Bultmann (en cuanto al NT), y con el que estaban tra­ bajando tanto los exégetas protestantes como los católicos. También nuestros propios profesores del Instituto Bíblico, para los que guar­ do el mejor recuerdo y comprensión. Más aún. Los alumnos leíamos en la biblioteca general, y en la incipiente que íbamos creando con nuestros escasísimos recursos, esta clase de literatura. ¿Por qué era silenciada una realidad en la que vivíamos inmersos? ¿Era la defensa

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