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JUAN DE CONSUEGRA Y SU APORTACION AL ESCOT1SMO ESPAÑOL 377 teología de ese siglo; menos aún para elevarlas a la categoría de definitivas, como se ha hecho en más de una ocasión. Víctor Sánchez Gil, refiriéndose a la producción teológica de este siglo, mantiene esta misma reserva de criterio. Haciendo un replanteamiento del problema, tal como lo presenta la historiografía actual, se pregunta: si existe en ese siglo una teología de signo español, si es legítimo hablar de una efectiva y demostrable decadencia de la teología, reconociendo al mismo tiempo la existencia de valores teológicos y de teólogos 6. Estas preguntas revelan una desconfianza de la plena objetividad de los juicios sobre la teología del siglo XVIII, que nos ofrece la historiografía. Juicios elaborados con cierto apriorismo, sin haber realizado estudios pun­ tuales precisos, o los estudios necesarios sobre las figuras más representati­ vas y los sistemas de pensamiento. Hasta que esto no se lleva a cabo, no podemos emitir un juicio general autorizado sobre esta época, y menos aún sobre la historia de nuestra teología7. Yo mantengo esta misma actitud de desconfianza. En este sentido me he manifestado en otra ocasión, a propósito de la historia de la teología mariana8. Precisamente, la figura que me propongo estudiar ahora —y no es la única— desmiente, a mi modo de ver, esos juicios desfavorables y excesivamente negativos. Se trata de una figura teológica destacada. Su valor estriba no sólo en el hecho de ser autor de un manual de teología, sino también en las cir­ cunstancias que lo rodean, en su orientación, en su contenido y en el criterio con que está redactado. Bajo este punto de vista Juan de Consuegra es un dato histórico, un testimonio, y, al mismo tiempo, un signo para la historia de la teología española del siglo XVIII. 6. V. SÁNCHEZ G il, «Teología y teólogos franciscanos españoles en el siglo de la Ilustra­ ción», en ALA., 42 (1982) 708. 7. Con todo, hay que tener en cuenta que los críticos e historiadores proceden con rectitud en sus juicios, basados en los datos que poseen. Yo pienso que todos habrían puesto al frente de sus estudios esta declaración de intenciones, que figura en cabeza de una obra de Paul Hazard: No hemos tenido otra ley más imperiosa que reproducirlos en su verdad objetiva; no hemos tenido otro cuidado más afanoso que ser fieles a la historia (P. HAZARD, «El pensa­ miento europeo en el siglo XVIII», trad. de Julián Marías, Madrid, Ed. Guadarrama, 1958, 16. Hoy, por fidelidad también a la historia, mejor conocida, hay que matizar muchos juicios peyorativos. 8. Ver mi estudio: «Los grandes teólogos de los siglos XVII y XVIII y el culto y la piedad hacia la Virgen María», en Est. Marianos, 49 (1984) 23-28.

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