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390 ENRIQUE LLAMAS-MARTINEZ «Malo era el estado de la enseñanza de la teología, reducido en su mayor parte a cuestiones tan escabrosas como inútiles, riñas entre frailes a ergotazo limpio, interesándose en ellas el amor del Instituto y de las aficiones de Escuela (más) que el bien de la Iglesia y de las almas, y la refutación de los errores y herejías. ¿Qué teólogo eminente nos queda de aquellos d ías?»32. Juicios tan severos y aún más que este han emitido otros historiadores, en ocasiones, a mi modo de ver, ponderando desmesuradamente los defec tos, y por lo mismo excesivos33. El mismo don M. Menéndez y Pelayo, en sus primeros años, mantenía esta actitud, aunque no en una forma radical, como veremos. Consideraba el siglo XVIII como un siglo nada teológico, en el que la ciencia teológica había cedido su puesto a la canonística y al casuismo34. En su Historia de las Ideas estéticas formula un juicio muy parecido al anterior, cuando dice que ese siglo «apenas produjo ningún teólogo de nota, ni ortodoxo ni heterodoxo; en cambio hormigueó de canonistas, casi todos adversos a Roma»35. No es necesario acumular otros testimonios. Los historiadores más re cientes se han hecho eco de estos juicios y de estas críticas, demasiado severas. La historiografía moderna ha sido rigurosa con el siglo XVIII y no reconoce en él apenas valores ni frutos sazonados en el terreno de la cien cia teológica. V. Sánchez Gil resume así el espíritu de esta historiografía, que tan poca consideración ha tenido con sus protagonistas en el campo de las disciplinas eclesiásticas: «El siglo XVIII... ha sido tradicionalmente considerado por una historiografía de signo mayoritario, como una época decadente en alto grado; depauperada, de escasa o nula calidad desde la perspectiva del cultivo y de la enseñanza de la teología a todos los niveles. Más aún: un siglo censurado con acrimonia y, por ello, infravalorado y hasta intencionadamente preterido»36. 32. V. de la FUENTE, «Historia de las Universidades, Colegios y demás establecimientos de enseñanza en España», Madrid 1884, p. 218. 33. Creo que es excesivo y exagerado lo que escribió R. Altamira en 1911, refiriéndose a esta época: «La Escolástica estaba enteramente agotada, y no podía extraer ni una sola idea útil de los numerosos cursos de teología, que se publicaron en España durante los cincuenta primeros años del XVIII» (R. A ltamira , «Historia de España y de la Civilización española», Barcelona 1911, p. 36). 34. M. MENÉNDEZ P elayo , «Historia de los Heterodoxos Españoles», Madrid, Editorial Católica, B.A.C., t. II, 1956; lib. IV, c. 2, p. 474. 35. M. MENÉNDEZ P e la y o , o . c ., pp. 474-475. V er también, «H istoria de las Ideas estéticas...», t. I, M adrid, C.S.I.C., 1974, p. 1080. 36. V. SÁNCHEZ G il , l. c., p. 703. Más adelante añade: «En líneas generales puede decirse que esta ha sido la constante histórica a lo largo de los dos últimos siglos, y hasta tiempos
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