PS_NyG_1994v041n002p0359_0373

366 BERNARDINO DE ARMELLADA No es (difícil ver aquí el fundamento de una ética individual y social que sobrepasa el bien del sujeto sea como individuo o como grupo. Y en visión franciscana nos encontramos aquí con la base de la fraternidad uni­ versal, con que Francisco dio calor y color humano a su amor de benevo­ lencia hacia todas las creaturas, sobre todo a los hermanos y hermanas, hombres y mujeres. También se percibe aquí la lógica de anteponer el bien espiritual del otro a cualquier consideración del propio bienestar material. Y desde el punto de vista social aparece cómo la categoría del «bien co­ mún» sólo se sostiene como bien mayor objetivo en cuanto apoyado en el bien supremo que es Dios. De nuevo podría alguien insistir: Muy bien todo eso como teoría abs­ tracta; pero la realidad concreta no es así. Todos miramos las cosas desde nosotros mismos y esto no hay quien nos lo quite. Ese amor al bien en sí, como previo al amor propio es de hecho una exigencia contraria a la natu­ raleza humana, una violencia al instinto radical primero que es el de con­ servación. Pues Escoto dice que no —y ahí está la raíz de nuestros pecados indi­ viduales y sociales—. Esa afirmación que parece de perogrullo es mirar sólo parcialmente nuestra naturaleza. Hemos visto que Escoto descubre el nivel de la libertad en la misma racionalidad de la voluntad, capaz de valorar el bien objetivo más allá de las propias conveniencias y de amarlo según este valor, y, en el caso de Dios, bien supremo, amarlo por encima de todos los otros bienes, incluso el propio. Y esto no es hacer violencia a la naturaleza, sino amar como conviene a la creatura libre. «Nada tan razonable, dice Escoto, como el deber de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo; porque esto no es otra cosa que la ley natural escrita en nuestos corazones»9. Por otra parte, sabemos que el pecado del hombre no es en el fondo otra coas que el vuelco del orden del amor. Las consecuencias son evidentes. Por otra parte, y ya desde un punto de vista matizadamente francisca­ nos, podemos ver, a través del profundo análisis teológico de Duns Escoto, cómo se presenta con luz nueva el núcleo de la espiritualidad seráfica, la espiritualidad del primado del amor. Un amor justo que es libertad frente a cualquier cadena, comenzando por la del propio egoísmo que trata de esclavizarnos atándonos a bienes sin consistencia. Es, en sustancia, la liber- 9. «Quid rationabilius quam Deum tamquam finem ultimum super omnia debere diligi, et proximum sicut se ipsum? - id est ‘ad quod se’... Quia in omnibus (praeceptis) videtur esse quasi quaedam explicatio legis naturae, quae scipta est in cordibus nostris». Ord. Prol., p. 2, q. un.; Vat. I, n. 108, p. 70).

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz