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364 BERNARDINO DE ARMELLADA porque es el Bien absoluto. Eso es la caridad, el amor de benevolencia. Y, consecuentemente, mi amor al prójimo, a todos los demás, sólo será según Dios, amor de caridad, si los amo y estimo como el bien que son en sí mismos. Un amor motivado exclusivamente porque aquel a quien amo me favorece, aunque sea incluso en un aspecto de provecho espiritual, es, desde el principio al fin, simple egoísmo. Pero nos preguntamos con un cierto nerviosismo ¿es posible, no sólo psicológicamente, sino metafísicamente, amar sin que sea uno mismo el centro y razón última del propio amor? Precisamente en este punto es donde el genio de Escoto descubre el filón metafísico y psicológico en que aparece la absoluta racionabilidad de la paradoja evangélica que exige per der la vida para encontrarla. Escoto es el teólogo y el filósofo de la libertad y, por eso, es el filósofo y el teólogo del amor. La voluntad, según él, no es sólo un apetito o tendencia intelectual que, como todo apetito o tendencia natural, no puede sino buscar en el otro o en lo otro la realización del propio bien, con una libertad limitada a escoger un bien parcial u otro según los aspectos que el entendimiento le presente. La voluntad es razona ble y libre en sí misma y por sí misma. Como razonable, es capaz de ver la diferencia entre el bien relativo de su tendencia natural, subjetivo y limitado, y el bien objetivo, que en Dios es absoluto e ilimitado, y en las demás creaturas posee también un valor independiente de conveniencias circunstanciales. Y en cuanto libre, puede adaptar su tendencia no al im pulso medido por su propia naturaleza (la utilidad subjetiva, egoísta), sino condicionándola a la bondad objetiva de un bien reconocido en sí mismo y querido como tal, previamente a cualquier utilitarismo propio. Esto equi vale a decir que la voluntad, en la autonomía de su ejercicio, no es inevita blemente esclava de sus propios impulsos, sino que tiene capacidad de salir de sí misma y hacer justicia al bien objetivo como tal, es decir afirmar lo y quererlo sin someterlo a la estrechez de la propia conveniencia. A esta racionalidad o sensatez primordial de la voluntad la llama Escoto «affectio iustitiae», que podemos traducir como «afecto o amor justo» (amor de benevolencia). Pero la voluntad, como simple apetito o tendencia natural, busca también su propia perfección subjetiva, lo que le hace considerar los objetos de su amor a la nueva medida de la propia utilidad. Escoto llama a esta tendencia «affectio commodi», afecto o amor de conveniencia (amor de concupiscencia). Este último aspecto del amor no es de por sí desorde nado. Escoto no es el puritano que reniega de los motivos subjetivos de la utilidad propia, como harán, por ejemplo, desde premisas distintas desde luego, Lutero o Kant, al considerar inmorales las acciones motivadas por el temor al castigo o por amor a la recompensa. Lo importante es poner
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