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352 ALEJANDRO VILLALMONTE y no por el «amor commodi»: amor de conveniencia, de interés, egocéntri­ co. Este sería el aporte que Duns Escoto, como metafísico y místico de la caridad, podría ofrecer a los teólogos que hoy mismo trabajan por realizar el Reino de Dios en la historia del mundo bajo el lema Mística y Política. Una pertinaz, sempiterna objeción. Esperada, segura va a ser la objeción que los hombres de talante pragmatista, apremiados por la urgencia de la acción de cada día, activistas temperamentales incluso los más honestos: la metafísica y mística de la liberalidad, del perfecto desinterés nos trasladan a la región del idealismo, provocan la huida y el absentismo del campo de la ingrata lucha cotidiana. Como la objeción ‘goza’ de perennidad, también la respuesta puede ser ‘la de siempre’. Basada en esta reflexión somera: —Ningún individuo, ningún grupo de hombre, en ninguna época con­ creta de la historia puede realizar lo plenamente humano. Solo la humani­ dad es capaz de realizar lo plenamente humano, decía Goethe. La finitud interna de todo lo humano y la complicidad e índole fluyente de la realidad histórica impide buscar respuestas acabadas de una vez por todas. —Hombres tan urgidos por los problemas candentes de cada día como E. Bloch no podrían concebir la praxis revolucionaria transformadora de la historia, sino venía sustentada por la «mística de la revolución», encarnada en el símbolo/parábola del héroe rojo que muere por la Causa en actitud de absoluta generosidad, que trasciende la frontera de su vida personal. —La «política» es, por definición el «arte/ciencia» de «todo posible». Por tanto ha de estar siempre manejando una realidad maleable, dúctil y fluyente como la corriente de un río. —También la «mística», en cuanto implica un amor de liberalidad y de­ sinterés, implica un moral de todo posible. Mientras que la moral/ética usal se rige por el «amor commodi» que diría Escoto: amor de propia «convenien­ cia» e interés, egocéntrico, la moral que ahora él propone he de estar regida por el amor de lo humanamente posible , el amor de liberalidad, desinterés y altruismo trascendente. Pues bien, este amor se caracteriza por la forma inde­ terminada, universalísima en que es enunciado. Muchos pensarán que por su universalidad y radicalidad la realidad del vivir cotidiano se le escapa de entre las manos. No es así, porque la «utopía» no destruye la realidad, la planifica42. 42. La historia conoce grandes teorizantes «políticos» que han conjugado sus altas espe­ culaciones y las han fertilizado con el recurso a la utopía : Platón, T. Moro. T. Campanella, F. Bacon. Incluso, y con mayor fuerza, el marxismo, en hombres como E. Bloch. En la actualidad «la utopía se considera elemento imprescindible de la ética y más concretamente de la ética social», M. V id al , «Utopía», en Diccionario de ética teológica , ed. Verbo Divino 1991. Con mayor reiteración y amplitud, Mysterium Liberationis, cit. en nota 3, indez «Uto­ pía».

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