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340 ALEJANDRO VILLALMONTE Concedamos que el místico sea sincero en este impulso a entrar en contacto directo con Dios, en toque de sustancia a sustancia (S.J. de la Cruz). Pero cabe preguntarle: ¿dónde está tu Dios ? Dios está en el «cielo», donde un día irá a verle, amarle, gustarle. Pero como peregrino hacia la patria lo encuentre ya también en el silencio de la contemplación, o bien en el «hondón del alma» (Fray Juan de los Angeles). Los actuales propugnadores del lema mística y política , se proponen decirle al «místico» que ha de buscar y encontrar a Dios en la «política», concretada en la praxis liberadora del hombre. Como es sabido esta praxis liberadora se centra en torno a los «pobres del mundo»: los desheredados de la tierra, los oprimidos. Por tanto, al Dios, cuya inmediatez busca el místico que llamaríamos «clásico», hay que ir a buscarlo, preferentemente, en el pobre, en el humillado, en el sufriente. En su ‘salvación’ se emplea la praxis política-liberadora. Y sobre esta praxis se eleva la reflexión y discur­ so que ofrece la Teología de la Liberación. Pero en el fondo ¿qué quieren decir esos formuladores del lema «Mís­ tica y Política»? Se duda si es posible la conjunción razonable y estimulante de esas dos magnitudes. Pues en el lenguaje de cada día y en el comporta­ miento cotidiano se presentan como malamente conciliables. Místico en la praxis política-liberadora Por lo que respecta a lo místico siempre ha sido aspiración de la espiri­ tualidad cristiana el impregnar toda la actividad del creyente, por más profana que a primera vista pudiera presentarse. Aunque en alguna época se concediese la primacía indiscutible al contemplativo y al místico, sin embargo posteriormente se ha llegado aproponer, como paradigma del santo cristiano, al que sabe unir contemplación y acción: in actione contem­ plativa. Los cultivadores actuales de la «Teología de la Liberación» se han apropiado la consigna y hablan del creyente que sea «in liberatione contemplativus»: que sepa impregnar de misticismo su entrega a la libera­ ción de los pobres del mundo. Del lado de lo político la conjunción pudiera parecer menos propicia. Desde que Maquiavelo escribió su famoso libro sobre El Príncipe , parece inevitable que el político de raza hay de ser «maquiavélico», en las antípi- das del santo/místico. Tenemos luego que el ejercicio de la política lleva a que sus profesionales hayan de ocuparse en actividades tan «profanas» como la economía, el comercio, la técnica más sofisticada. De todos mo­ dos, a nivel de principios, no puede admitirse una «doble verdad» práxica irreconciliable. Los desajustes que, de inmediato y a nivel de superficie son

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