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268 PABLO GARCIA CASTILLO pone con el orden de la bondad y del amor. La originalidad de Escoto está en hacer compatibles ambas perfecciones, en plenitud, en la voluntad divi­ na y, en la medida en que ello es posible, en la voluntad humana. La tercera prueba es muy semejante a la primera. Escoto la presenta así: La voluntad quiere necesariamente aquello por cuya participación quiere todo lo que quiere. El último fin es tal. Luego la voluntad lo quiere necesariamente. Respecto a esta prueba, Escoto piensa que puede negarse simplemente la mayor: la voluntad no quiere nada necesariamente, ni siquiera aquello por cuya razón quiere todo lo demás. Basta con que lo quiera contingente­ mente. En todo caso, según Escoto, aun aceptando que, en sentido platónico, todo bien lo es por participación en el Bien, en tanto que principio de todo cuanto es, la prueba sólo demuestra que «el objeto es bueno o querible por participación del primer querible, no que sea querido <(precisamente), por su participación del primero como querido» 17. Ninguna de las tres pruebas permite concluir la necesidad del querer de toda voluntad, porque sus razones no son necesarias, como Escoto muestra en la crítica de cada una de ellas. Pero fundamentalmente no son válidas respecto de la voluntad humana, porque cuando existen dos natu­ ralezas absoluta y esencialmente ordenadas, no hay contradicción alguna en que se dé la primera sin la posterior. Y, siendo anteriores por naturale­ za el objeto amable, la visión del objeto por el entendimiento y la voluntad creada a la dilección misma del objeto, no hay contradicción alguna en que se dé el objeto sumamente amable y la aprehensión del mismo por el entendimiento, pero la voluntad humana, en tanto que voluntad finita («voluntas viatoris») no continúe necesariamente el acto acerca del fin aprehendido. Aquí reside la supremacía de la voluntad: en que tiene en sí misma el poder de continuar el acto del entendimiento que considera el fin, pero tiene también el poder de dirigir el entendimiento (convertere) a la conside­ ración de otro objeto. Escoto no necesita más prueba de la soberanía de la voluntad que las palabras de san Agustín: «Nada se halla tanto en poder de la voluntad como la voluntad m isma»18. 17. Quaest. Quodl. XVI, 6. 18. La expresión agustiniana nos evoca inmediatamente el «nisi intellectus ipse» de Leib- niz. Pero hay una mayor radicalidad en la concepción escotista que, avanzando en la expre­ sión agustiniana, entiende la voluntad como raíz misma incluso de los actos intelectuales. Esta radicalidad de la voluntad muestra, como señala E. R iv e r a , «Visión de la historia en

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