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266 PABLO GARCIA CASTILLO amoris» en que consiste la vida de un Dios personal, libre y providente, que es principio de vida y de amor11. A esta demostración de la necesidad del acto de amor de la voluntad divina, añade Duns Escoto otras tres pruebas, que pretenden demostrar la necesidad de los actos de toda voluntad en general, es decir, extienden la necesidad del acto de amor de la voluntad divina a los actos con los que la voluntad creada tiende al bien máximo. La primera prueba, tomada de santo Tomás y de Enrique de Gante12, dice así: La voluntad quiere necesariamente aquello que incluye todo bien («in quo est ratio omnis boni»), no puede no querer un objeto que no incluya malicia alguna y que no carezca de bien, como es el fin último. Luego la voluntad quiere el fin último necesariamente. Escoto niega la mayor, porque la necesidad del acto de la voluntad no proviene de la perfección máxima del objeto, que se da indudablemente en este caso, sino de que la voluntad tienda necesariamente a él. Y, aunque puede concederse que la voluntad no puede no querer un objeto que inclu­ ya todo bien, ello no prueba que lo quiera necesariamente, sino que puede quererlo de manera contingente. En relación con este punto, Escoto parece aceptar la posición agustinia- na, según la cual el fin no puede ser no querido, pues, como dice, «la expresión ((no querer el fin ” incluye contradicción, como ver el sonido, tal como dice Agustín en el Enquiridion: «De tal manera queremos ser felices, que no sólo no queremos ser desgraciados, sino que ni podemos quererlo » 13. Escoto acepta no ya sólo que la voluntad no puede permanecer indife­ rente ante el bien que excluye todo mal, sino que no puede no quererlo, aunque tal posición no lleva necesariamente a la conclusión del querer 11. Un punto esencial de diferenciación entre la concepción griega y la cristiana, tanto de la voluntad divina como de la humana, es la comprensión del amor. En este sentido, merecen ser citadas varias investigaciones del profesor E. Rivera, que ha estudiado amplia­ mente el tema. Véase E. Rivera, «Las formas fundamentales del amor. Planteamiento histórico- sistemático», en Naturaleza y Gracia, 32 (1985) 7-28. Y especialmente E. Rivera, «Hacia una fenomenología del amor en el pensamiento de J. Duns Escoto», en Naturaleza y Gracia, 13 (1966) 289-314. 12. Santo TOMÁS, Summa Theol. I-II, q. 10, a. 2. Enrique de GANTE, Quodl. III, q. 17; IV, q. 11 y XII, q. 26. En estos textos se hallan tanto los argumentos de esta primera prueba como los de la tercera, citada más adelante por Escoto. Respecto a la relación doctrinal de Escoto con Enrique de Gente y santo Tomás, véase el capítulo II («L'existence de l’être infini») de la obra de E. GlLSON, Jean Duns Scot. Introduction a ses positions fundamentales, París, J. Vrin, 1952, p. 116-215. 13. Dice literalmente Escoto: «finis autem non habet rationem nolibilis, quia nec mali- tiam, nec defectum boni; unde hoc quod est «nolle finem» includit contradictionem, sicut videre sonum, sicut vult Augustinus in Enchiridion 14: «Sic enim beati esse volumus, ut miseri esse non solum nolimus, sed nequaquam velle possimus» (Quaest. Quodlib. XVI 5).

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