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246 ENRIQUE RIVERA nunciar su fallo definitivo al primer son de la trompeta. Con san Francisco este Juez se acerca a nosotros para venir a ser el Jesús que diariamente nos hace compañía en nuestro vivir. Pueden ser nuestros caminos duros. Pero, por mucho que lo sean, tendrán siempre el consuelo de su ayuda y su presencia. Con este preámbulo podemos hacernos cargo del contraste entre la imagen de culto y la imagen de devoción, propuesto por R. Guardini. «La imagen de culto, escribe, no procede de la experiencia interior huma­ na; sino del ser y del gobierno objetivo de Dios. Este existe y es el autén­ tico ser. El mundo es obra suya; dirige los movimientos de las cosas; orienta la historia de los hombres. Este gobierno divino se concreta en la obra de su gracia. De modo final y definitivo por su Encarnación en Cristo. De esta realidad y de este gobierno salvador procede la imagen de culto». A su vez, sigue escribiendo: «la imagen de devoción parte de la vida interior de la comunidad creyente, del pueblo, de la época, con sus corrientes y movimientos. También se refiere a Dios y a su gobierno, pero como contenido de la piedad humana. Es decir, mientras que la imagen de culto está dirigida a la trascendencia, o, dicho más exactamen­ te, parece venir de la trascendencia, la imagen de devoción surge de la inmanencia, de la interioridad» 16. Aunque no nos gusten algunas frases, máxime las finales, de esta mane­ ra de describir la imagen de devoción, es innegable que tanto Francisco como los suyos se declararon por esta imagen. Y no es que ellos fueran artistas en sentido técnico, al margen de su presencia indudable en los orígenes de la literatura italiana. Pero influyeron de modo potente en el desarrollo del arte plástico medieval. Este va perdiendo bajo su influjo —sin negar otros— la fría rigidez bizantina para ir adquiriendo la vivaci­ dad concreta y espontánea, tan peculiar del hombre moderno. Grandes historiadores van delante en esta interpretación. Contra la ten­ dencia a ver el Renacimiento como mero renacimiento, es decir, como vuelta a la antigüedad clásica, ha sido muy comentada la tesis de H. Thode, quien juzga que el Renacimiento es continuidad y desarrollo de la Edad Media, en línea con la corriente naturalista francicana 17. En verdad, san Francisco, con su ingenuo acercamiento a lo viviente y concreto —recorda­ mos de nuevo la Noche Buena de Greccio, pintada por Giotto—, fue un máximo agente de la inmersión en la naturaleza que caracteriza el Renaci- 16. R. G uardini , o . c i t p. 18-20. 17. Lo recuerda y comenta Amold H aü SER en su autorizada obra, Historia social de la literatura y el arte, tr. de A. T o var ... Ed. Guadarrama, Madrid 1957, I, 386-7.

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