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ESTETICA FRANCISCANA Y METAFISICA ESCOTISTA 245 quien la irradia en todas sus creaturas. En esta concepción metafísica de la belleza Escoto tiene matices peculiares que deben ser valorados. Pero no da una inflexión sustancial a esta concepción que formuló ya san Agustín dentro de un pensamiento cristiano. Algo similar cabe decir del segundo problema. Santo Tomás lo sintetizó en una de sus fórmulas perennes: «Pulchra sunt quae visa placen t» 13. Con santo Tomás los otros grandes escolásticos, también los franciscanos, con- cuerdan en que la belleza consiste en que las cosas vistas agradan. Lo que sucede es que santo Tomás se complace en subrayar el aspecto contempla­ tivo de las cosas bellas, mientras que los franciscanos subjetivizan el pro­ blema y se preguntan por la impronta que la belleza recibe del gusto y gozo de quien la contempla. Ningún historiador de las ideas negará interés a estas reflexiones sobre la belleza. Pero tenemos que confesar que apenas acrecen el legado clásico. Ante ellas no podemos hablar de inflexión en el pensamiento de la Edad Media. Y, sin embargo, esta inflexión tuvo lugar. Y de modo muy profun­ do, tanto en el campo de la estética como en el de la metafísica. Una conferencia de Romano Guardini hace ver de modo intuitivo esta inflexión, tal vez sin pretenderlo. Pronuncia la conferencia con este título: «Imagen de culto e imagen de devoción » 14. Con lealtad se declara por la imagen de culto y casi hace una caricatura de la imagen de devoción. Es muy fundado pensar que por su alta estima de lo franciscano no se atreve a decir que la imagen de devoción es la popularizada por los hijos de san Francisco. Ahora, dejando a un lado este reparo, intentamos calar en tan incitante tema histórico. Cuanto pudiera decirse del contraste entre la imagen de culto y la imagen de devoción se percibe de modo intuitivo ante la imagen augusta del Pantocrator, del Todopoderoso, que preside el tímpano de nuestras catedrales románicas, herederas de la época bizantina, y el cuadro encanta­ dor de Giotto, que nos hace vivir plásticamente la noche de Greccio, en la que san Francisco, como refiere Celano, está ante el pesebre, desbordándo­ se en suspiros, traspasado de piedad y derretido en inefable gozo, mientras se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre15. La ingenua simpli­ cidad de aquella Noche Buena dio el atestado solemne de que la Cristian­ dad había entrado por un camino distinto al que había seguido durante siglos: adorando y temiendo al Juez de vivos y muertos, dispuesto a pro- 13. Summa Theologica, I-II, 27, 1, ad 3. 14. Romano GUARDINI, Imagen de culto e imagen de devoción, tr. de J. M. VALVERDE, Ed. Guadarram, Madrid 1960. 15. I Celano, XXX, 84-86. Ed. J. A. G u erra , BAC, Madrid 1978, 192-4).

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