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242 ENRIQUE RIVERA pregunta mil veces repetida por el labriego a su buen párroco: «Si Dios ya sabe que me voy a condenar...». Se dice que también Escoto la oyó. Y que respondió al preguntón aldeano: «Si Dios ya sabe lo que vas a cosechar, para qué este trabajo». Este preámbulo anecdótico nos dispone a prestar suma atención a la doctrina de Escoto. Inicia su reflexión con esta fórmula teológica: «Iste fuit ordo in praevisione divina»1. Pues bien; este orden de la previsión divina lo articula en estos cinco signos mentales. En el primer signo Dios se percibe a sí mismo en razón de Sumo Bien. De aquí que amara su esencia en cuanto ella es amable. Con un amor infinito, en total necesidad de fruición. Esta necesidad sus autorizados co­ mentaristas la juzgan ligada a la más perfecta libertad8. En el segundo signo Dios contempla todas las creaturas presentes en su inteligencia ante todo acto de la voluntad. Esta solamente tiene sobre las mismas un acto de complacencia según su propia quididad. En el tercer signo interviene del lleno la voluntad divina con su predes­ tinación efectiva. Al iniciar la descripción teológica de esta predestinación, Escoto enuncia este iluminado principio: «Deus est ordinatissime volens». Ahora bien, en la actuación ordenadísima de Dios, distingue un triple momento en el orden de la predestinación divina. En el primer momento piensa Escoto que Dios ha querido que hubiera Alguien que lo amara del modo más perfecto posible. Ello le movió a realizar lo que el doctor llama «SUMMUM OPUS DEI — «la Obra Suprema de Dios» — . Esta obra suprema fue la Encarnación de su propio Hijo, quien, al unir la naturaleza humana con su persona divina, entra en la historia con el nombre de Cristo Jesús. En el segundo momento de este tercer signo Escoto ve cómo la creatura racional es predestinada a la gracia en orden a la gloria, unida a Cristo Jesús. En este su principio el hombre fue llamado a realizar en luz y gracia su historia temporal que había de culminar en gloria eterna. En el tercer momento la creación entera hace la corte de honor a Cristo Jesús, centro de la misma. A su vez, se pone al servicio del hombre por el que quiere ser cantada y magnificada ante su Creador. Deberíamos concluir aquí la descripción de los signos de la predestina­ ción divina. En verdad éste fue el primer plan de Dios. En dicho plan no 7. Ordinatio, III, d. XIX. q. única, n. 6 (Ed. Vives, 14, 714a). 8. Además del texto que terminamos de citar: Ordinatio, III, d. VII, q. 3 (Ed. Vives, 14, pp. 348-360). Repórtala Parisiensia, d. VII, q. 4 (Ed. Vives, 23, 361-364).

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