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256 ENRIQUE RIVERA que la univocidad reclama, deduce Hopkins lo improcedente de su actitud al oponer su ascético rigorismo a su culto a la Belleza. En su oda, Duns Scoto's Oxford, uno de sus poemas más apreciados, traducido al español por L. Panero, canta al Oxford de muchas torres, viviendo entre ecos de cuclillos, enjambres de campanas y gorjeo de alumbras. De esta literatura fácil se eleva Hopkins a sentir añoranza de aquel Escoto que respiraba estas frondas y estas aguas y que vagaba en torno a estos muros. En enton­ ces, cuando saturado de reconocimiento hacia él, escribe: «..who o f all men sways my spirits to peace » 37. Vitalmente influyó el Beato Escoto en el alma del poeta Hopkins. Y hemos visto que este influjo lo ejerció inicialmente por una de sus tesis más conocida y discutida: la univocidad del ente. Apena tenerla que dejar a trasmano en esta ocasión, por estar llamando a la puerta la otra tesis metafísica de la que tanto hemos hablado: la de la hecceidad. Ya es significativo que Dámaso Alonso, al comentar el poema de Hop- kims, «Cual se incendian al vuelo...», anote la tendencia del poeta a subra­ yar «la intacta individualidad del ser». Y se apoya en uno de los mejores intérpretes de Hopkins, E. Gardner, para poner en relive «la raigambre esco- tista del poema»™. De modo semejante, el editor hispano de sus poemas en edición bilingüe, M. Linares, comenta en nota: «También alude el poeta a la «haecceitas» de Escoto, su unicidad»39. Por fortuna tenemos una intepretación muy autorizada de esta utiliza­ ción de la haecceitas en los poemas de Hopkins: es la del card. U. von Balthasar en su citada obra Herrlichkeit. En el tercer volumen, dedicado a exponer lo que llama Estilos laicales, entre los siete nombres elegidos se halla el del poeta Hopkins. Lo merece en verdad. Y por cierto, el estudio monográfico que se nos ofrece está muy logrado. Es muy orientador y vendrá a ser punto de partida de ulteriores investigaciones. De notar el contraste que se advierte en este gran historiador del pensamiento cristia­ no. Manco y poco feliz en la interpretación estética de Escoto, es ejemplar en la de su discípulo, el poeta Hopkins. Puede resumirse en este juicio que acotamos. Es de alto contenido y, a nuestro parecer, históricamente inape­ lable. «Para Hopkins, escribe U. v. Balthasar, es siempre el elemento indivi­ dual y singular, el ojo, que, a través de todas las leyes, de todas las ideas platónicas y de las formas aristotélicas, se clava en lo inconfundible del ser 37. G. M. HOPKINS, Poemas completos, o. cit., 118. 38. D. ALONSO, Poetas españoles contemporáneos. Ed. Gredos, Madrid 1958, 414. 39. O. cit., 145.

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