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LA BEATIFICACION DE JUAN DUNS ESCOTO, FINAL DE UN «ITER» 225 de su Madre. En un momento vio a un niño pequeño al que siguió redu­ ciéndolo a un rincón y diciéndole: «De aquí ya no te puedes escapar». Y el niño le dijo: «Tú, que eres pequeño, me buscas a mí que soy tu herma­ no; sabe que yo soy Cristo, el que hoy ha nacido». Dicho esto, el niño le abrazó y le besó, desapareciendo luego. Desde entonces el Maestro Juan, creciendo en virtud siempre mayor por el amor del mismo Niño Jesús y de su pobrísima Madre, anduvo siempre descalzo, nunca usó ropas nuevas y no quiso ya comer nunca carne, viviendo santísimamente. Habla de su defensa de la Inmaculada en París y concluye: Finalmente fue enviado por el Capítulo General como Lector a Colonia y cuando recibió la obediencia mientras estaba en el recinto de los Clérigos, siendo como era Maestro Regente en estudio de París, disponiendo de pocas cosas o de ninguna, salió de París para dirigirse a Colonia siguiendo la obediencia de los Supe­ riores. ¿Qué Doctor ha habido de una semejante obediencia? Cuando el clero de Colonia supo de su llegada, salieron todos a su encuentro. Allí, poco tiempo después, consumido por sus trabajos, recibió los premios eternos. Y sepultado en el Convento de Colonia, se le tuvo en grande veneración. Murió el año 1308. Que Duns Escoto sigue teniendo un peso especial en la consideración de la Iglesia nos lo demuestra a principios del siglo 16, por ejemplo, el hecho de que, cuando el papa Julio II encomienda a Rafael el célebre fresco del Vaticano llamado «La disputa del Sacramento», no se olvida de dar a Escoto un lugar de honor entre los grandes teólogos de la Iglesia. Otro ejemplo de su importancia está en hecho de que Enrique VIII de Inglaterra, al romper con la Iglesia de Roma, puso especial interés en hacer quemar los escritos de Escoto a quien quiso denigrar llamándole el «Hér­ cules de los papistas»3. Con el florecimiento de los estudios eclesiásticos en los siglos 16 y 17, la escuela escotista gozó de una aceptación tal que los teólogos que la seguían eran más numerosos que todos los de las demás escuelas juntos. Y ciertamente fueron el grupo más numeroso en el Conci­ lio de Trento. En casi todas las universidades de España, Italia, Francia, 3. Cf. W . L am pen , «Le saint Siége et le Bx. Jean Duns Scot», en La France francis- caine 7 (1924) 39. Cuando el cardenal Fisher y otros teólogos defendieron la indisolubilidad del matrimonio contra Enrique VIII de Inglaterra, se apoyaron en doctrina de Duns Escoto, doctor especialmente valorado en Gran Bretaña. Esto provocó la ira de los reformadores cismáticos hasta el punto que el año 1535 Tomás Cromwell encargó a Ricardo Layton, sacer­ dote apóstata de Cambridge, que destruyera todos los códices y libros de Duns Escoto, prohibiendo absolutamente su doctrina. Tan criminal e inculta decisión se llevó a cabo con hogueras en las plazas, mientras se cantaba: «funus Scoti et Scotistarum, / mors Herculi Papistarum» (= «Funeral de Escolo y Escotistas / muerte al Hércules de los papistas». Positio, 1156.

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