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224 BERNARDINO DE ARMELLADA la memoria de Bonifacio VIII y la de sus defensores, casi sin más apoyo que la razón, sufría una de las crisis más dolorosas que llevarían a la cauti­ vidad práctica del Papa en Aviñón y, finalmente, al cisma de Occidente. La orden franciscana se encontraba igualmente azotada por la actitud cerril de los «espirituales» que los enfrentaría descaradamente al Papado. En este clima acontece la canonización de Tomás de Aquino (18 de julio de 1323), considerado doctrinalmente como la contraposición, dentro de la ortodoxia, a las tesis teológicas defendidas por los franciscanos. Es posible que esta circunstancia retrajera a los franciscanos de pretender una canoni­ zación oficial de Escoto, si bien sabemos por los escritos de sus discípulos, que era considerado como hombre de santidad extraordinaria y algunos que de ellos difundieron el culto a su memoria. Señalan también algunos como posible causa la desproporción entre la admiración por el sabio y la no tan fuerte devoción por el santo: desproporción propiciada por la inci­ piente laicización de la cultura en el renacimiento humanista. Escoto sería considerado más como hombre de cultura que como un hombre de Iglesia. Por otra parte, cuando el franciscanismo se rehace, con la reforma de la observancia, se acentúa en los frailes más observantes la desconfianza en la ciencia. Cierto que la Orden continúa viendo en Escoto un hombre de virtud, pero, sobre todo, lo considera maestro de una escuela teológica que se las tiene que ver en las universidades, por una parte, con el tomismo de los dominicos y, por otra, con el ocamismo, de raíces franciscanas, pero demasiado abierto a un secularismo cada vez más alejado de la primitiva escolástica. Este aspecto de cabeza de una escuela teológica mantuvo el prestigio del Doctor Sutil de manera que sus discípulos representaban en la Iglesia una fuerza intelectual de primer orden. Por eso, mientras se comentan sus escritos y se defienden o interpretan sus ideas peculiares, no hay preocupación especial por narrar su vida de santidad. La primera bio­ grafía de Escoto que se conoce es muy breve. Se debe al P. Mariano de Florencia y fue escrita hacia el año 14802. Antes de ella sólo se encuentran referencias parciales en los escritos de autores franciscanos. El detalle cu­ rioso es que se titula Vita Beati Johannis Duns Scoti doctoris mariani ac subtilis, ab immemorabili tempore beati vulgo nuncupati. Después de desta­ car la sublimidad de su ingenio refiere que un día de Navidad, recitando en la oración las palabras del Cantar de los cantares: «Oh hermano mío, amamantado a los pechos de mi madre, quién me diera encontrarte solo en las afueras y poder besarte sin que nadie me desprecie». Decía estas dulcísimas palabras con el deseo de contemplar a Jesús niño en el regazo 2. Cf. Positio, 119-124.

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