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CANTOR DE LA VIRGEN Y DE LA PIEDAD MARIANA 219 Nos enseña la fatiga de la investigación Tomás de Aquino, que apoyaba su cabeza en la puerta del Taber­ náculo para «oír» la solución de difíciles problemas teológicos, iba al par con Juan Duns Escoto, quien orando indagaba e indagando oraba: «Domine Deus noster, Moysi servo tuo, de tuo nomine filiis Israel pro- ponendo, a te Doctore verissimo sciscitanti, sciens quid posset de te concipere intellectus mortalium, nomen tuum benedictum reserans, respondisti: Ego sum qui sum. Tu es verum esse, tu es totum esse. Hoc, si mihi possibile, scire vellem. Adiuva me, Domine, inquirentem» (Oxon. I, d. 22). En nuestra soberbia nos hallamos frecuentemente llenos de la ciencia «quae inflat», a tal punto que parece intentamos enseñar a Dios el oficio de respetar la vida cuando ésta surge, considerándonos a nosotros única norma del pensar y del obrar. En esta época que tiene por contraseña la llamada «ciencia en píldoras», de lograr sin esfuerzo, el Doctor Sutil nos invita a la búsqueda fatigosa: «In processu generationis humanae semper crevit notitia veritatis» (Ox. IV, d. 1). Frente a nuestra orgullosa «autono­ mía» del pensamiento nos ha de guiar la afirmación del gran franciscano: «Non est aliter sentiendum quam sentit Ecclesia Romana» (Ox., IV, d. 26). Nos enseña el beato Juan Duns Escoto que una cultura, que no nazca de Dios y no tienda, al menos implícitamente a Él, no mejora el hombre ni a la humanidad, sino que les hace peores de día en día. Lo cual viene a ser diabólico. — En fin, me parece muy notable la fuerza unificante y expansiva de la «scientia de Deo». Ciudades diversas en su origen, alejadas por su situa­ ción geográfica, peso político y ambiente social —Edimburgo, París, Oxford, Colonia, Ñola— se hallan unificadas en colaborar conjuntamente en la glorificación de Aquel que, en cierto sentido, no pertenece plenamen­ te a ninguna de ellas y, con todo, pertenece a todas. La catolicidad de la Iglesia no tiene cualificación geográfica, sino que es universalidad del Espí­ ritu. Es Dios quien obra en el hombre la difusión de la verdad, a fin que se dilate en el hombre la caridad. Hoy, el progreso tecnológico parece reducir la tierra a una «aldea glo­ bal». Y sin embargo, por una contradicción feroz, se suscitan sobre la tierra conflictos violentos y mortíferos: de un país con otro, de una casa con otra, de un hombre con otro. Es el efecto de una cultura que ha pensado poder dejar a trasmano la Verdad, que es Dios, y se ha reducido

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