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214 CARD. JEAN-MARIE LUSTIGER «Todas las cosas han sido creadas por medio de él y en vista de él. Él es el primero de todo y todo subsiste en él» (Col., 1, 16-17). La encarnación de Cristo realiza el fin del hombre y del cosmos, hasta tal punto que se hubiera realizado aún si el hombre no hubiera pecado, ni hubiera necesita­ do ser rescatado. La Iglesia, sin hacer suyos todos los argumentos escotia- nos, acepta esta lección principal: Cristo glorifica a Dios con la salvación del cosmos y aporta al hombre la capacidad de alcanzar su destino sobre­ natural. Como san Francisco lo había vivido hasta en su carne, el acto del creyente ha de ser, ante todo, la adoración y la acción de gracias a Dios hecho Hombre, la contemplación asombrada del amor extraordinario de Cristo, abandonado, torturado, crucificado. Duns Escoto deduce las últimas consecuencias del amor de Dios por los hombres. El mismo primado del amor divino le permite reflexionar sobre la intervención de María en la salvación del mundo, dado que Escoto ha defendido, con las armas de la escolástica, el privilegio de María conce­ bida sin pecado. Fueron sus argumentos los que han hecho triunfar esta doctrina en la universidad de París, de donde se difundió por el pueblo cristiano durante más de cinco siglos, hasta la definición del dogma de la Inmaculada Concecpción en 1854. En primer lugar, Escoto ha sabido mos­ trar que el amor salvífico de Cristo se ha manifestado por excelencia en el ser que le era más cercano, María, Madre de Dios. A sus adversarios que le objetaban que esta excepción limitaría la grandeza de la salvación, apor­ tada por Cristo, Duns Escoto les demuestra que, por medio del mismo acto de amor, Él ha podido preservar a su propia madre del mal y de sus tentaciones y librar del mismo al resto de los mortales. Mostrando a la Virgen como mujer sin pecado, Duns Escoto ve en la misma aquella a través de la cual llega la salvación: Ella puede poseer la plenitud de la humanidad y recibir la perfección divina, puede hacer pasar al hombre de la economía del débito a la del don y de la gracia. No sólo a los creyentes, sino también al mundo se dirige la obra de Escoto. En aquella institución protegida por la Iglesia, la universidad de la Edad Media, vienen puestos en contraste con pasión los textos del pensa­ miento judío, árabe y cristiano; las fuentes de la revelación y los recursos de la razón, en lo cual las corrientes del pensamiento se enfrentan a diario en disputas codificadas, pero en las que todas las naciones se hallan unidas en un mismo ideal de racionalidad, cuya teología afirmaba la dignidad de la persona humana. Su modelo absoluto es la dignidad de la humanidad de Cristo; la dignidad de la Virgen Inmaculada es su ejemplo primordial. Escoto, afirmando que es necesario reconocer siempre la nobleza de la libertad humana, critica, sin embargo, las insuficiencias de toda falsa

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