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La inteligencia de la fe La misa solemne de beatificación de Juan Duns Escoto el próximo 20 de marzo, es un acontecimiento para la Iglesia y el mundo. París se alegra y se siente, a su vez, orgullosa. Pues si Juan el escocés, nacido en Duns, franciscano de la provincia de Inglaterra, llamado el «Doctor Sutil», ocupa un puesto de honor también en Oxford y en Colonia, ha sido en la facultad de teología de la universidad de París donde ha sostenido algunas de sus tesis famosas entre 1301 y 1303. Más tarde, entre 1305-1307 ha realizado su obra de profesor y pensador, ha conquistado fama por su rigor y su complejidad y ha escrito gran parte de sus obras. Escoto deja a la Iglesia un modelo de vida de teólogo. En la universidad medieval, en plena ebullición intelectual, ha elaborado, a su modo, un ideal de teología concebida como ciencia estricta. Fiel a su fe católica, ha continuado rebuscando en la inteligencia, para fortificarla, por medio de la razón, frente al error y la herejía. Defensor de la independencia de la Iglesia frente al poder político, pagó con el destierro el haberse negado a apoyar al rey de Francia, Felipe el Hermoso, en su lucha contra los dere chos del Papa. Discípulo de san Francisco, ha sostenido siempre el prima do de la caridad sobre los poderes terrenos, sobre la sabiduría del mundo, sobre las virtudes intelectuales y morales. Ha orientado todas las dimensio nes de su vida humana hacia un único fin: el amor hacia Dios. Muere en la flor de su vida (42 años) en Colonia, en 1308. Fue, sin duda, porque había vivido según sus enseñanzas por lo que sus reliquias han sido venera das como las de un santo. Además, ha legado a los creyentes una inmensa obra, en la que recuer da continuamente la gratuidad del amor divino. Dios, que es Amor, actúa con bondad soberana y de una manera libre. Libremente se ha unido al hombre a fin de que el hombre pudiera libremente unirse con Él. Para Escoto la unión de Dios y del hombre en la persona de Cristo es el fin de todas las cosas. Dios no ha tenido otro motivo, al crear el mundo e incar- narse, sino el de unir al hombre con el amor infinito de Cristo. Cristo es, según esto, el centro del mundo y de la historia. Toda la contemplación de Escoto se concentra en el estupendo himno de san Pablo a los Colosenses:
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